domingo, 14 de enero de 2007

PRESENTACIÓN: ¿y este blog de qué es?


Puede resultar pretencioso decir que la primera música que me gustó en la vida fue la de Beethoven, pero es así, no es mi culpa. Tampoco tengo idea de porqué de chamaco me gustaba tanto, pero la séptima sinfonía y, desde luego la quinta me encantaban.

Mi padre se encargaría de quitarme lo snob llevándome (casi a la fuerza) a ver Help! con lo que me volví “bitlemaniaco”, afición que mantengo orgullosamente. De hecho cuando conozco a un músico que dice que no le gustan los Beatles de inmediato desconfío de su capacidad musical, su cultura, su gusto y, sobre todo su humanidad. Es verdad que al paso de los años hay canciones que me producen nauseas, como hey jude, o let it be, pero el Abbey Road me sigue poniendo la piel de gallina y lloro con because.

A mi padre le debo la certeza de que la vida sin música no es vida. Él no sólo me llevó a intoxicarme con los Beatles, sino que me introdujo a la música de su generación: a los Rolling Stones, los Animals, Them, The Who y un montón de grupos ingleses de los 60, de entre los cuales sus verdaderos consentidos siempre fueron los Kinks: encajaban perfectamente con su espíritu inclaudicante.

Mientras fui niño, en los 70 y principios de los 80, fue descubriéndome el rock progresivo de Van der Graaf, el italiano de Premiata Forneria Marconi o Le Orme (no le gustaban ni Yes, ni Genesis, ni Pink Floyd, que era lo que les gustaba a los intelectuales de la época), el rock experimental de Area, Gong y esa gente, y mantenía una mente abierta con el principio del New Wave. Estaba feliz como un niño cuando se compró el Never mind the bullocks de Sex Pistols, sentía que había un nuevo despertar después del amargo letargo de los setenta. Terrible desengaño para él lo que sucedería la siguiente década y que lo orillaría a abandonar el rock justo cuando yo empezaba a decidir que podían gustarme cosas distintas de lo que le gustaba a él. Aún así fue él quien me acercó a Roxy Music, se compró el primer disco de U2 y de Siouxsie and the Banshees que hubo en mi casa e incluso el Rio de Duran Duran y el Tin Drum de Japan. Seguro que él se arrepintió, pero a mí esos dos discos me cambiaron la vida. Si alguien tiene la culpa de que yo sea músico sin importarme si tengo la capacidad instalada para serlo es él, por lo menos en gran parte.

Los años ochenta fueron el despertar a todo: música, chicas, crisis existenciales, drogas… adolescencia en plenitud; y desde luego con su respectivo soundtrack. Duran Duran fue un punto de enlace musical con Jimena que se mantiene hasta hoy, mientras que la fiesta de la testosterona y los amigotes era amenizada por The Police, Talking Heads, Simple Minds y demás. A Tears For Fears lme aficioné bastante más tarde. Desde luego los conocía pero por alguna razón era de esos grupos que le gustaban a gente que me caía mal, ahora creo que han hecho algunas de las mejores canciones de pop de la historia y creo que Roland Orzabal es un compositor alucinante.

Como todo, los ochenta se empezaron a marchitar, descubrí la soledad y las facetas extrañas de mi propia personalidad. Me fui de cabeza tras Dead Can Dance, Cocteau Twins y la 4AD, Bauhaus, Siouxsie y demás gente que de alguna manera reaccionaban contra la ingenuidad ultracomercializada y cínica del panorama radiofónico de la era Tatcher-Reagan. La música de Depeche Mode podía parecer light pero estaba llena de himnos generacionales. La respuesta a porqué escuchábamos sólo música en inglés es demasiado triste como para enfrentarla aquí en breves líneas, pero ya lo haré.

Entre todo esto, cuando llegaba a casa siempre había un disco de Monk, Mingus o Coltrane primero, y luego, conforme los neo-cons nos empezaron a someter, fue Ornette Coleman, Eric Dolphy, Sun Ra, Cecil Taylor, John Zorn… pero me estoy adelantando: eso fue cuando llegaron los noventa, los horrorosos noventa de los que sólo me rescatan Massive Attack, Björk y poco más. En fin, que los ochenta se acabaron con los Pixies y el primer disco de Sonic Youth.

En 1988 entré a la Escuela Nacional de Música con Raymond y ahí conocimos a Hans. Hans tocaba la guitarra en el grupo mas pesado de Thrash Metal que había en México, y como buen “metalero” era un pan de dios con un corazonzote, se ve que los decibeles y la distorsión relajan a las bestias. Nos hicimos tremendamente amigos y en honor a esa amistad tratamos de acercar posiciones musicales: Hans nos dio un curso intensivo de Metallica, Slayer y Sepultura, pero la verdad sea dicha estaba predicando en el desierto y la semilla metalera no germinó en nuestros corazones. Sin embargo encontramos otros puntos de encuentro como King Crimson o el reggae.

Uf, todo lo que hay que decir del reggae ¡y todo lo que pasó después!
El caso es que en medio del panorama rockero de principios de los noventa lleno de pseudohippies y grungeros había que huir, y el único sitio seguro parecía el caribe: muchísimos músicos de mi generación nos refugiamos ahí ante la oleada de gringos fanáticos de la heroína tristísimos porque se habían dado cuenta de que su país era una mierda y que la crisis económica los estaba volviendo tercermundistas funcionales, ¡cómo lloraban! Nosotros que somos tercermundistas deadeveras y que vivimos en permanente crisis económica más bien estábamos enojados por otras cosas, así que le dimos la espalda al rock (por un rato) y nos pusimos a escuchar música caribeña, africana, tropical, afro-cubana y lo que sonara a baile calientito. Naturalmente hicimos nuestra banda de reggae, cómo no. Pero no se trata aquí de hablar de Los Yerberos, para eso habrá otras ocasiones, además ya me cansé de escribir de ello.

Lo que me ocurrió a la hora de hacer una banda de reggae, fue que al poco tiempo dejé de escucharlo, me aburrí bastante pronto y cuando llegaba mi casa lo último que tenía ganas de oír era un skanking. Sin embargo el amor por las líneas de bajo elegantes y llenas de silencio, sexys y contundentes del reggae se me metieron bajo la piel. Hoy en día si hay algo que no puedo soportar es un grupo del género con bajos estáticos a tierra machacando fundamentales en el 1, es mas fuerte que yo, me dan ganas de cortarles las piernas, o las pelotas… en fin, mis vísceras son raras, qué le voy a hacer.

El caso es que un día que debía estar señalado en mi carta astral me compré el Gone to Earth de David Sylvian. Yo sólo había escuchado el Flux and Mutability, hecho en colaboración con Holger Czukay, que es instrumental y, aunque siempre me ha gustado, no me había impactado tanto; taking the veil fue una revelación, un martillazo en la cabeza, una demostración de que ha servido de algo la existencia del ser humano. Era exactamente lo que estaba buscando, y el resto del disco me abrió un camino excitante, a excepción de Silver Moon que entonces me pareció una balada facilona.

Entre mas aprendo y conozco de música, de teoría; entre más conciertos hago con más gente diferente, más alucino con la música de ese señor. Es espantoso, soy un fan, esa revelación fue a la vez una tragedia: la obra ya está hecha, en una admiración tan profunda hay algo de autonegación, de vacío, ¿ahora que voy a hacer yo?.
De hecho creo que lo peor que puede uno hacer es tratar de conocer más allá del trabajo de la gente que uno admira, decepción segura: los ídolos son siempre unos cretinos -¡hey, Adivina! ¡Son humanos!–, incluso sabiéndolo no he podido evitar chutarme todas las entrevistas que hay en youtube, ¡y lamentar su separación de Ingrid Chavez sinceramente! Pero necesito saber cómo lo hace ¿qué desayuna? ¿qué libros lee? ¿qué música escucha? ¿cómo se compone una canción como heartbeat o orpheus o ghosts o red guitar? No técnicamente, sino ¿cómo se transforma la vil materia orgánica que somos en eso? ¿cómo se convierten los choco krispis en discos como Dead bees on a Cake? Es maravilloso, pero a la vez es terriblemente frustrante… ¿será por eso que los fans matan a sus ídolos?

Durante mucho tiempo lo imité, o al menos lo intenté, hasta que escuché el disco de alguien que seguro es un fan mas enfermo que yo porque le calca enlaces, texturas y giros melódicos sin la menor autoestima. Fue un duro golpe porque me di cuenta de mi propia ridiculez y de la belleza de admirar algo con toda tu alma sin necesidad de poseerlo, de apropiarse de ello: la obra está allí, es del mundo, es parte del mundo; no tiene sentido querer ser un árbol sólo porque te gustan los árboles. Somos víctimas de la cultura del consumo, creemos que lo podemos tener todo.
La obra de David Sylvian me descubrió a Fennesz, a Akira Rabelais y a Trey Gunn, y me hizo apreciar más a Ryuchi Sakamoto y a Robert Fripp.

A lo largo de todos estos años, lo que me ha intrigado más y quizá sobre lo que he tenido discusiones mas acaloradas es aquello de “la música buena y la mala”. Al principio la buena era la que oía mi padre, luego la que me identificaba dentro de una generación o un clan ¿y hoy? Hoy he llegado a la conclusión de que para mí la música se divide en dos: la que me aburre y la que no me aburre, y ésta cambia cada día, aunque la que me aburre mortalmente rara vez cambia de categoría. Y así llego a la motivación fundamental de todo este rollo y este blog:

la música que NO me aburre ¿porqué no me aburre?

Hay un sinfín de respuestas que me propongo explorar en el futuro en este espacio y a compartir amistosamente con quien se anime a intentar descifrar conmigo los misterios de la conexión música-alma. Me planteo por un lado ser lo más impúdicamente sincero (como confesar que en la prepa hice alguna tarea escuchando Flans) y por otro no hablar de la música que sí me aburre, aunque quizá alguna vez me permita licencias con tal de divertirme… es mi blog, qué chingaos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hice una ràpida pasada por este blog a pesar de mi ignorancia musical es un placer descubrir las elucubraciones de un mùsico impùdicamente sincero. Dan ganas de adentrarses en los laberintos musicales escuchando cosas diferentes.
Un abrazote

Diego Benlliure dijo...

¡Gracias mamá!

Anónimo dijo...

hola....tus palabras son inconfundibles en mi memoria y me alegra saber que a pesar del tiempo y la distancia sigues siendo la persona que llevo en mis recuerdos....
un abrazo
Claudia Q.