domingo, 18 de noviembre de 2007

Al borde del precipicio


Así que esta es la manera como se abandona la música.
Como el final de la infancia: es imposible precisar cuándo jugué con mis playmobil por última vez.
La última vez que pasé por un lapso de tiempo sin actividad musical, en el que no hubiera una clase que dar o recibir, un ensayo, un concierto, un proyecto en marcha, un encargo, un texto que escribir, fue hace dieciocho años.
Desde el verano se acabaron las clases en la báscula, formalicé mi abandono al grupo que llevaba meses de abandonarse a sí mismo, no ha habido música porque los últimos concierto de nómhadas fueron cualquier cosa menos eso, además he tenido el estudio desmontado: Con la cabeza puesta en dejar Barcelona me he dedicado a ser gente normal, es decir, a trabajar ocho horas diarias o más en algo que no me interesa y que me resulta absolutamente indiferente con la sola motivación de llegar a fin de mes. Los fines de semana en calidad de bulto, autómata televisivo.
El paso que sigue es comprarme un perro y pretender que me gusta el golf. Paliar la pulsión musical convirtiéndome en crítico de rock, de esos con camisetas ingeniosas y peinado ocurrente. Lo malo es que tendría que aprender a encadenar adjetivos con palabros rimbombantes, habilidad necesaria para el supremo arte de no decir nada y parecer muy interesante.
O quizá me convierta en uno de esos managers que escaldan grupillos incautos que se dejan menospreciar con tal de mandarlos de vez en cuando a un escenario a setecientos kilómetros de casa. Pero la cocaína no me gusta, me pone paranoide y me daría por estafarlos.
Lo veo. El borde del precipicio.
Media vuelta.