jueves, 27 de diciembre de 2007

de exocet

Inaugurando el ciber-diario de exocet en internet. Todas las canciones.
Aquí.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Los remedios del Doctor Bach

He puesto manos a la obra para recuperar mi identidad como músico o por lo menos como alguien que aspira a hacerlo, y he empezado por hacer un tema nuevo, un remix y una versión. Todas para olvidar, pero así es esto de recuperar la forma.
Lo que de verdad me ha hecho sentir bien ha sido recuperar unos minutos cada día para el piano, y qué mejor que Bach para reconectar las neuronas. No soy pianista y nunca he aspirado a serlo, pero si uno quiere dedicarse a esto de la música ha de encararse con un instrumento. El mío resultó ser el piano, y tocar a Bach es lo que hace al principiante sentir que hace música y no ejercicios para tarugos. Así que he retomado algunos preludios fáciles.
Lo que no me esperaba es que el ejercicio intelectual, además del motriz, me resultara tan terapéutico en estos momentos en que la ansiedad producida por el inminente abandono de Barcelona para regresar a México me tiene colgado de las paredes.
Músicos muy serios y estudiosos afirman que toda la música occidental está contenida en Bach, que todos los acordes y enlaces posibles se encuentran en algún momento de su obra.
Quizá lo que haya traído el siglo veinte es la redefinición funcional de esos acordes y enlaces. El Blues, por ejemplo, ha hecho que los acordes mayores de séptima menor dejen de sonar exclusivamente a dominante y puedan funcionar como centros tonales... pero me estoy liando.
Al final lo único que pretendía, era sugerir a aquellos que contaran con la fortuna de tener un piano cerca y vagas nociones de solfeo, un remedio bachiano contra el stress. No tiene contraindicaciones ni sobredosis, sólo requiere un poco de empecinamiento.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Al borde del precipicio


Así que esta es la manera como se abandona la música.
Como el final de la infancia: es imposible precisar cuándo jugué con mis playmobil por última vez.
La última vez que pasé por un lapso de tiempo sin actividad musical, en el que no hubiera una clase que dar o recibir, un ensayo, un concierto, un proyecto en marcha, un encargo, un texto que escribir, fue hace dieciocho años.
Desde el verano se acabaron las clases en la báscula, formalicé mi abandono al grupo que llevaba meses de abandonarse a sí mismo, no ha habido música porque los últimos concierto de nómhadas fueron cualquier cosa menos eso, además he tenido el estudio desmontado: Con la cabeza puesta en dejar Barcelona me he dedicado a ser gente normal, es decir, a trabajar ocho horas diarias o más en algo que no me interesa y que me resulta absolutamente indiferente con la sola motivación de llegar a fin de mes. Los fines de semana en calidad de bulto, autómata televisivo.
El paso que sigue es comprarme un perro y pretender que me gusta el golf. Paliar la pulsión musical convirtiéndome en crítico de rock, de esos con camisetas ingeniosas y peinado ocurrente. Lo malo es que tendría que aprender a encadenar adjetivos con palabros rimbombantes, habilidad necesaria para el supremo arte de no decir nada y parecer muy interesante.
O quizá me convierta en uno de esos managers que escaldan grupillos incautos que se dejan menospreciar con tal de mandarlos de vez en cuando a un escenario a setecientos kilómetros de casa. Pero la cocaína no me gusta, me pone paranoide y me daría por estafarlos.
Lo veo. El borde del precipicio.
Media vuelta.

lunes, 16 de julio de 2007

Neko Case



Cuando se trata de hablar de algo en relación con el sexo de quien lo produce los tópicos se amontonan tanto que aburren, es fácil ahogarse en vacuos lugares comunes o ejercicios que suelen ocultar machismo o, al menos, misoginia. Sin embargo hay que decir que el sexo femenino, sin importar su edad, es capaz de hablar de un universo mucho más grande de sensaciones, de ver la vida desde tantos puntos de vista como horas tiene el día y siempre conservar una entraña de misterio.
Las chicas pueden ser así, tópicos o no.

Así, me estoy dando cuenta de que me interesa más la música que hacen las mujeres. Mi último amor musical lo encarna Neko Case, pero la lista es larga: Hildegard Von Bingen, Billie Holliday, Kate Bush, Suzanne Vega, Elizabeth Frazer, Lisa Gerrard, Siouxsie Sioux, Sade Adu, Patti Smith, PJ Harvey, Rickie Lee Jones, Joni Mitchel, Sinead O'Connor, Tracey Thorn, Roisin Murphy, Tujiko Noriko, Leila, Imogen Heap, Björk.

Variado como es este universo, rezuma feminidad; y misteriosas como me resultan las mujeres, todo aquello en que asome su mundo interior me produce embelezo.
Será la edad.

Todo eso le sienta muy bien a la música.

Vuelvo a mi deliciosa coetánea Neko Case, culpable de hacer un disco que me ha hechizado de principio a fin: Fox Confessor Brings The Flood. Hago énfasis en lo de coetánea por varias razones, pero sobre todo porque me hace sentir que aún no se me pasa el arroz (musicalmente, claro, el otro ya se coció)
... iluso.
Al principio el dejo country hizo saltar mis alarmas gringófobas, incluso me predispuso para la decepción e hice una apuesta mental sobre cuantas canciones iba a aguantar, pagando dos a uno a que no pasaba de tres.
Tres veces escuché el disco completo sin parar.
La primera vez a lo lejos, limpiando la cocina, con la intención de prestarle atención superficial, pero no se dejó: a cada rato me llamaba la atención un giro melódico, una secuencia de acordes o un desgarro en la voz. Y súbitamente se acabó, con lo que hubo que ponerlo otra vez porque ya me había intrigado. Y luego otra vez porque se veían las estrellas desde la ventana y quería escucharlo con Jimena a ver si aquello de verdad estaba bueno o me estaba afectando el calor.
Hacía años que no me pasaba esto.
Tiene el color del desierto de una road movie, la garra de su pasado punk. No se conforma con fórmulas fáciles sin perder la sencillez. Desafina, pero desafina sabroso. Tiene "blues", catarsis. Música para los barflies en una polvorienta carretera quizá de Dakota, pero nunca ingenua o complaciente. Inequívocamente gringa, pero de ésas que no se ven en la tele. Música de una generación que ha padecido a un Reagan y dos Bush y que no se engaña.
Bastante jodidos estamos. Y aún así hay lugar para la belleza. O para inventar una nueva.
Cantando así.
Le creo y eso me basta.
El hecho de que Neko Case rechace aguerridamente discográficas transnacionales, MTV's y demás parafernalia es sólo un dato más sobre los muchos encantos que guarda.
A mí la música, y lo demás es periferia.

domingo, 24 de junio de 2007

política y kilómetros

Algún día, cunado sea grande y no ofenda la sensibilidad de nadie, o de plano ya no me importe, me pondré a contar los entresijos de las relaciones humanas de los grupos en los que he tocado.

Las vacaciones de escenario se acabaron este fin de semana, ¡vaya que se acabaron!

Los Nómhadas están de vuelta con todo esplendor, todo es mas agudo e intenso. Los conciertos que dimos en un par de festivales este viernes y sábado quizá no fueron muy técnicos, pero fueron enérgicos y no carecieron de magia. Lo que me extraña es que con la cantidad de energía que se nos va en un montón de cosas extrañas, todavía nos podamos subir a tocar algo más que las mañanitas.

Siempre he pensado que los grupos terminan por ser un taller de relaciones humanas en los que la música es circunstancial, un pretexto para ejercitar nuestros desplantes más arrogantes y nuestros destellos más generosos, y considerando que los músicos solemos ser unos extraviados sociales, todo adquiere dinámicas raras y periféricas en las que tratamos de adaptar las recetas del comportamiento social "normal" a nuestra inadaptada conducta.

Queremos encontrar formas alternativas de vivir, de percibir, de comportarnos y al final estamos a merced de las relaciones de poder de toda la vida, con el añadido de que somos totalmente incapaces para manejarnos como entes políticos dentro de nuestras pequeñas comunidades. (Entiéndase como "político" aquello que atañe a las cuestiones comunes y la toma de decisiones en el interés general)

Al final, como en todos lados, los problemas son por el poder que se reclama pero no se asume, el que se ejerce pero no se reconoce. El que se soslaya. El que se transfiere solapadamente. El que se impone en silencio.
El punitivo, el coercitivo. El solidario. El retributivo.

No son las caras de un monstruo, sino una forma de energía que no se crea o se destruye: se transforma, se disfraza. Se escurre, repta. Anega, empapa. Drena, erosiona.
Transtorna, perturba.

He vuelto extenuado física, mental y moralmente, y me pregunto lo mismo de siempre: ¿cuánto más voy a aguantar ésta vida transhumante?

Sin las dosis cetáceas de adrenalina que procura el oficio ¿podría vivir?



lunes, 4 de junio de 2007

Los músicos somos pendejos


... y escucho un coro de voces airadas "¡lo dirás por tí!", "¡tú lo serás!" y largo etcétera que pasa por la calle de vallejo.

Sí, me incluyo. Que no se diga que no tengo conciencia gremial, que en este medio de conciencia "gramial" ya es bastante.

Momento, que fundamento:

No lo digo porque seamos el sector "artístico" que menos lee, que menos politizado está, que menos va al cine, que menos le interesa el arte en general, y que más divas genera.
Eso nos hace incultos y ególatras; pero pendejos, lo que se dice pendejos es por otra cosa.

Durante décadas las discográficas, distribuidoras y ralea ad-hoc se han hecho de nuestro trabajo a cambio de mendrugos (el 6% del 90 % del 50% del precio de venta de un cd, disco, cassette o lo que sea) símplemente porque asumimos que en lugar de prestar ELLOS el servicio de conectarnos con el público fijando NUESTRA música en un soporte y vendiéndola, nosotros les prestamos el servicio de rellenarles con nuestras pobres minucias sus bonitas cajitas con fotitos y parafernalia, gracias señor AR ¿quiere que ponga más violines? ¿necesita mas hits? ¿no le gustó mi canción? ¡ay perdón! quién me manda a ser creativo.

No es que sean cabrones, es que somos pendejos.

Ahora, el mercado del CD está muerto, difunto; recientemente en Barcelona se han reunido los tiburones nuevos (los del emergente mercado digital) y los viejos y chimuelos de la industria discográfica que no hacen mas que llorar porque no supieron prever la debacle de la piratería. (ojo, que empezaron ellos a autopiratearse para bajar "costos" -léase no pagar regalías- Cabroncitos sí que son, pero eso no nos quita lo pendejo)

Lo único que se les ocurría cuando empezaba "la gran crisis" era pedirle a Maná que nos dijera "con la piratería matas a tu artista" (imaginarse la vocecilla del cantante de la h por enmedio).
O que vinieran los de Metallica a decir que te iban apartir la madre si los pirateabas.
Eso sí que no pienso hacer, no se preocupen.

pendejos.

A la hora de ceder el noveinaymucho porciento de sus derechos a BMGEMISONYUNIVERSALWARNERBLABLABLA no había problema, pero te romperán la nariz si te los descargas de internet, "¡le quitarás el pan de la boca a sus hijos!" (otra vez el timbre llorón del de la hache extraviada).

Lo dicho, pendejos.

¡Por favor! los altos ejecutivos de las multis se bajan la música de internet, ni siquiera ellos pagan toda la música que consumen.
En el mentado congreso en que se reunió la crema y nata de la industria musical (desde los altos jerarcas de las transnacionales tradicionales hasta los nuevos nerds digitales multimillonarios) a picarse el ombligo y dictar el acta de defunción del disco, había sólo un par de músicos; uno era mi amigo Salva que se coló por la puerta de atrás.
Parece ser que la cosa está difícil: las ventas por descargas sólo reditúan en iTunes, y eso por el auge del iPod, las demas tiendas on line están de vacas flacas.
Todos asumen ahora que la música para el consumidor final será gratuita, o sea que hay que encontrar alguna forma de que alguien pague la factura; porque sigue costando dinero hacer música, y mucho.
¿se preguntaban aquellos escualos cómo hacer el reparto de los panes de manera mas cristiana? ¿cómo replantearse la cuestión de los derechos de autor para que los músicos pudiésemos recuperar algo de nuestro trabajo?

sólo puedo contestar con un triste ¡ja!

Mientras tanto todos los músicos nos quemamos las pestañas con un montón de mytube in yourspace. Sistemas que se nutren del trabajo de los músicos y que valen millonesymillones de eurodólars de Rupert Murdoch, de los cuales los músicos no vemos ni veremos nada de nada. Pero ahí estamos.
-"be my friend, be my friend!" como zombis.

perdón, como pendejos.

¡Hey! ¡adivina!
Nadie nos va a hacer la tarea.

La industria discográfica como la conocemos está muerta y enterrada, pero la nueva fábrica está que echa humo. Todavía no saben cómo nos van a sacar la sangre, pero se están volviendo locos por ideas nuevas y eventualmente lo conseguirán.

Sobre todo si escojemos seguir siendo unos...

¿cómo dice?

lunes, 28 de mayo de 2007

179-2



Por ahí me he topado con un meme que circula por ahí; y como arribista, gorrón y encajoso que soy, no he podido resistirme a la curiosidad de involucrarme.

Se trata de transcribir el segundo párrafo de la página 179 del libro que estoy leyendo, así que ahí les va:

"Cuando ella miró a Pauline, se sobresaltó. ¡No era Pauline! Incluso con aquella ropa tan sombría parecía otra persona, más joven, como si de pronto se hubiera quitado de encima una pesada carga. No era su cara, ni su boca, ni su frente lo que había cambiado. Todo el cambio venía de la secreta alegría que animaba sus ojos negros. Algo desconocido para todos le producía una infinita alegría interior."

Maria Dermoût, Las diez mil cosas

La página 179 de otro libro que leo, curiosamente es la última de la novela aún no publicada de mi amigo Juan Pablo; con lo cual se me haría una auténtica putada transcribir el párrafo final.

Lo que voy a hacer es incluir en este ejercicio la canción No. 179 de la biblioteca del itunes, y la segunda canción que me recete Calypso (en riguroso orden aleatorio) a partir de éste momento.





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martes, 22 de mayo de 2007

Música para caballos



Es una cosa corriente en este negocio tener que explicar la música que haces; parece muy normal y lógico, pero hasta que lo intentas te das cuenta de lo absurdo que es, sobre todo cuando la filosofía de lo que haces implica pasarte por el forro las convenciones descriptivas y olvidarte de géneros, modas y tendencias.
Me suele generar situaciones grotescas y embarazosas en las que irremediablemente quedo bastante mal.
"... pueees es cooomo" pfffff, es espantoso.
Llevo mucha tinta y muchas horas de reflexión desperdiciadas tratando de definir de qué se trata exocet mas allá de ser un diario y todo eso que cuento para evitar decir demasiado. Esta vez lo intentaré de otra forma, a ver si ahora llego a algo.

En esencia hay dos caminos que se complementan:
El uno emana de la música que he escuchado toda mi vida: canciones en formato pop. Entiéndase por pop aquello que abarca desde standards de jazz hasta the clash. Es decir la forma canción, con sus estrofas, estribillos y contrastes.
La canción es común a casi todas las personas del planeta; es algo que nos enlaza, algo en lo que, pese al protagonismo de la voz, la lengua pasa a un segundo plano.
Es un vehículo universal. Podemos disfrutar de canciones en swahili, en bretón o en purépecha aunque no entendamos ni una palabra de lo que nos cuentan: la música es tan poderosa que nos basta para inventarnos nuestra propia historia.

El otro tiene que ver con lo personal, con la necesidad de encontrar y expresar una identidad musical propia, no exenta de influencias, pero a fin de cuentas algo que pueda llamar mío. Con el cómo hacer que las canciones reflejen mi vida, mi intimidad, mi paso efímero por éste planeta.

¿cómo se manifiesta esto en la música?
Aquí me detengo en un par de cosas:
Por un lado se trata de lograr que la armonía tenga colores y matices varios. No busco complicación o complejidad, pero sí que los acordes detonen la atmósfera sobre la cual va a nadar la canción.
Esta fase de trabajo usualmente la hago al piano, antes de meterme a programar nada. Posiblemente la pista de piano luego será descartada y las voces del acorde redistribuidas para dar sutileza al movimiento armónico.

La segunda cosa a la que presto especial atención es al sonido, que es como la piel de la canción; y aquí me gusta contrastar timbres conocidos para el oído como pianos, guitarras, etcétera, con atmósferas construidas especialmente para cada tema ya sea por síntesis, sampleos u otras técnicas.
Me gustan las fuentes poco habituales, me gusta cómo ineractúa un sonido sobre otro, como el ruido se convierte en música y viceversa. Me gusta esa frontera y me divierto excitándola.
Cada canción representa un momento único, y por lo tanto debe tener un sonido especial.
Este recorrido me lleva cada vez más lejos del gusto de la gente, pero me acerca a la ilusión de mi sonido; que es la razón fundamental del trabajo.
Quién sabe por qué, pura necedad.

El último aspecto por el que se me cuestiona a menudo es el idioma, ¿porqué siendo mexicano escribo en inglés?
Esta pregunta me ha quitado el sueño, me ha hecho sufrir bastante y ha tenido varias respuestas, insatisfactorias todas.
La mas honesta creo que es ésta:

Cuando empiezo a trabajar sobre la voz de una canción el 99% de las veces no he escrito ni una palabra de la letra, y lo que hago es probar melodías contra la música tratando de conectar con la parte más intuitiva e irracional de mi cerebro, porque soy consciente de que la voz es lo más expresivo que va a haber en la canción y me interesa que tenga una carga emocional.
En ésta búsqueda de la melodía las palabras vienen automáticamente en inglés; supongo que porque casi toda la música que me gusta está en aquella lengua para hablar a los caballos, y porque me es más fácil fluir así, sin tener que preocuparme por racionalizar.
Usualmente este proceso de palabras o frases que surgen de manera semi-consciente me termina por sugerir las ideas básicas de la letra, y las veces que me he detenido a traducir el fracaso ha sido estrepitoso: la sonoridad no me convence y las palabras quedan demasiado ajustadas. Supongo que eso es una señal de que soy bastante malo escribiendo, y debe ser verdad porque tampoco me preocupa. Siempre he visto la voz (si se me permite) como un instrumento más. Para las palabras prefiero los libros.

No me interesa demasiado lo que dicen los cantantes. La mayor parte de las veces me decepcionan cuando les presto atención.
Las letras de mis canciones han de resultar ininteligibles al escucha. Siempre hablan de intimidades, de cosas que me duelen, de inseguridad y miedo, pero con códigos que quizá sólo yo entiendo. Otra vez tampoco me importa. Lo único que procuro es decir la verdad, o no mentir, que no es lo mismo.

Tampoco quedó muy claro.

Al final va a ser mejor contar que cada semana recibo una llamada anónima con una voz sensualísima que me tararea las canciones al oído; o que me vienen en sueños lúcidos mientras vuelo sobre el lago Tangañica (ésto le encantaría a ciertos personajes que conozco que se las dan de místicos); o que son las canciones perdidas de Milli Vanilli...
Si todo es mentira ¿por qué no decir que es música para caballos?

viernes, 4 de mayo de 2007

Unicidad: Nick Drake


No cabe duda de que la guitarra acústica ("clásica" o "española") es un instrumento portentoso: es portátil, ligera, capaz de construir acordes complejos, permite hacer contrapuntos melódicos, y tiene un timbre rico en armónicos. La potencia sonora que emite envuelve muy bien a la voz humana sin competir con ella. Es quizá el instrumento más versátil.
No es de extrañarse que haya sido usada para acompañar las desdichas de multitud de almas en pena, dando lugar a eso que horriblemente llaman "la bohemia" (un misterio clasemediero más)
Cuando yo era niño, en los setentas, el mundo estaba plagado de "trovadores": músicos que se sentían profundísimos poetas, que se concebían a sí mismos como guerrilleros que empuñaban sus guitarras como fusiles en la batalla por la libertad.
De cuba nos llegó Silvio Rodríguez, de Chile Víctor Jara. En México teníamos a Oscar Chávez y en España a Paco Ibáñez. Por mencionar a los que viví más de cerca.
A todos presento mis respetos. No me voy a meter con su calidad musical, ni con sus posturas ideológicas: cada quién hace lo que puede con lo que tiene.
Lo que sí voy a contar es mi experiencia personal.
Resulta que fui a dar a una escuela de "izquierdas", mis compañeros eran hijos de intelectuales reputados, mis profesores combativos militantes, y claro el "soundtrack" era básicamente Silvio Rodríguez con sus lamentaciones y su perdido unicornio azul (según recientes descubrimientos parece que se lo robó mi pequeño pony).
Qué pesadilla.
A los doce años los niños varones estamos en la indefinición total. Algunos ya son adolescentes, otros siguen siendo niños y la mayoría ni lo uno ni lo otro. Yo era de los que todavía eran niños: era el más bajito de la clase y, junto con Inti, mi hermano del alma, constantes blancos del abuso de los mayores de todas las generaciones que había por encima. El primer año de secundaria fue horroroso. Esto ha hecho que mi fobia por la trova, y en especial por Silvio Rodríguez, sea más profunda que un simple disgusto musical: es una fobia en toda regla, se me descompone el cuerpo, me mareo y me dan náuseas. No exagero.
Por eso, cuando escuché por primera vez música basada en sintetizadores me fui de cabeza.
Me ha costado mucho superar el trauma, y aunque la "trova" sigue haciéndome huir, la idea de la guitarra y la voz me escuece cada vez menos, y en gran parte gracias a Nick Drake.
Mi hermana Aisha, que es muy melómana, me lo recomendó cuando yo estaba en mi etapa más Sylvianesca, pero no tuve ocasión de escucharlo hasta hace un par de años: estaba en uno de esos momentos en que estás harto de oír siempre lo mismo, pero que a la vez nada nuevo te gusta; además pasaba por una severa crisis de creatividad. En la biblioteca de Sant Pau me topé con el Pink Moon y me lo llevé confiando en el gusto musical de Aisha.
No tenía ni idea de lo que me esperaba, y confieso que los primeros cuatro compases me produjeron un vuelco en el estómago, pero cuando me disponía a sudar frío, me di cuenta de que aquello no estaba tan mal, nada mal... de hecho me atrapó.
La música de Nick Drake no es convencional. Es extremadamente simple, casi mínima. Pero el sortilegio, seguro, está en su voz, y aquí voy a hacer otra disertación, con su permiso.
Creo que en esencia cantar es una impostura, es una lucha entre quienes somos y quienes querríamos ser. Cantar es como desnudarse, es exponer lo que la naturaleza nos ha dado, y a medida que vamos practicando vamos "vistiendo" nuestra voz. Lo he vivido en carne propia, y además es notorio en el 99,99% de los cantantes. Nos protegemos con técnica, tecnología o lo que haga falta. Impostamos, desde Montserrat Caballé hasta Johnny Rotten.
La naturalidad de la voz de Nick Drake me resultó sobrecogedora, y por lo tanto me parece que su música posee la virtud de reconocer su propia individualidad, es la música de alguien que sabe que está sólo en el mundo, y que sabe que es absolutamente inevitable. Cuando un músico alcanza ese nivel de unicidad en tanto que se asume como individuo irrepetible, rompe todos los géneros de un plumazo, automáticamente se sitúa por encima de toda frivolidad.
No me voy a meter con el mito en que se ha convertido porque me parece que es celebrar más su muerte que su vida.
Como muestra, aquí está Road del disco Pink Moon de 1974; y para agradecerle su música he puesto Solid Air, la canción que da nombre al disco que le dedicó su amigo John Martyn en 1973, y la versión de Pink Moon que hice yo en 2004. Quien conozca la original sabrá que es infinitamente mejor que la mía, cada quien hace lo que puede con lo que tiene.
Hacer una versión o "cover" es un ejercicio que procuro hacer una o dos veces al año: además de lo que se aprende, se establece una relación muy interesante con el compositor; sobre todo si la versión no pretende ser una calca sino una reinterpretación del original.
En este caso, mientras la hacía descubrí que parte del encanto es la afinación extraña de la guitarra: cuando metí un muestreo de la canción para procesarlo en el metasynth me encontré con una serie de armónicos que no me esperaba.
No voy a ser tan tonto como para poner aquí las dos versiones, primero porque quedaría como un pelele, y luego porque es una oportunidad de que quien no lo conozca escuche algo más.

ROAD
You can say the sun is shining if you really want to
I can see the moon and it seems so clear
You can take the road that takes you
to the stars now
I can take a road that’ll see me through

martes, 24 de abril de 2007

10 años...


...hace que el ultra se publicó, y fue uno de esos discos que ilusonan, que invitan, que hechizan.
Tiene el efecto catártico del blues o de Pink Floyd.
Encarna mi rabia sin faltarle el repeto a la brisa que sopla ahí afuera, bajo un sol insultante de primavera.
Es una maniobra Heimlich bestial.

1997 fue un año de esos, de destruirse y construirse de nuevo. Y me está ocurriendo otra vez.
Igual pero diferente.
Y hoy, en un día crítico apraece por azar y me abre su regazo.
Hoy que estoy con las articulaciones adoloridas me permito esta licencia. Ustedes disculparán.
O no.

Oh the tears that you weep
For the poor tortured souls
Who fall at your feet
With all their love begging bowls
All the clerks and the tailors
The sharks and the sailors
All good at their trades
But they'll always be failures

¿Comentarios musicales?
sólo uno: por favor noten cómo se expande la armonía en el último compás de la A, justo antes de Love needs it's martyrs...
Se podrían hacer muchos más, pero hoy no toca.


sábado, 21 de abril de 2007

Exo-tismos


A raíz de la lata que últimamente me ha dado Pedro por mi afición a los Beatles, (hemos hecho el plan de destrozar alguno de sus discos en el próximo curso de audio), no dejo de pensar en la soledad de los gustos musicales - ¿a todos les pasará eso?- y me pregunto, por enésima vez, qué los condiciona.
Estoy seguro de que tiene que ver con los momentos íntimos y sensibles que nos van atacando a lo largo de la existencia, con los destellos de luminosidad repentinos de la infancia en los que súbitamente se ordenaba el cosmos, con los momentos de fragilidad o con el origen de clase, con la inteligencia, con el azar.
Aún así son demasiadas variables, y al final nada explica porqué sólo yo entiendo la música como yo, y yo no entiendo cómo te puede gustar x...
Ahora hay empresas que se dedican a hacer analítica sobre los componentes de éxito de las canciones, desarrollan complejos programas para que las discográficas maximicen sus recursos apostando sobre seguro. Afortunadamente fracasarán... si no me voy a sentir aún mas sólo.

El único objeto de estudio que tengo a mano soy yo mismo, y, para empezar, he logrado identificar sensaciones que tienen que ver con las noches en que mi madre me leía aventuras de Sandokan o de Tintin.
Salgari y Hergé tienen en común descripciones muy vívidas de lugares que jamás habían visto, romantizando, si se me permite, los entornos en los que se situaban sus relatos; eso los dota de una potencia particular: tienen una capacidad de estímulo de la imaginación enorme, quizá más fuerte por el hecho de tener que potenciar ellos mismos la suya para hacer creíbles sus historias, o por su propia necesidad de escapar.

Este falso exotismo, esa necesidad de viajar sin salir de la propia cabeza me fue inoculada desde pequeño, y se ha traducido en búsqueda musical. Quizá por eso, salvo un par de excepciones, no soporto el rock en español: me es demasiado real e inmediato, las palabras pesan más que la música, y las palabras de los rockeros rara vez me interesan. La música, en tanto que misterio, se resiste a la comprensión. Por eso soy músico.

Y me han pasado cosas curiosas, por ejemplo: el flamenco me producía una fascinación enorme mientras vivía en México. Su sonoridad, su fuerza, se sumaban a la ilusión de tener unas raíces en otro país que dieran un nuevo sentido a mi vida. Ahora que he pisado su tierra, probado sus sabores, olido sus aromas, ha dejado de interesarme en lo absoluto. Lo aprecio como género y lo disfruto racionalmente, pero para mí ha perdido toda su magia. Ha dejado de ser exótico. Al cobrar sentido en su contexto se ha muerto la fantasía.

Los mundos intangibles a los que me transporta la música son tan reales como la calle horrible y sucia porque son música, y la música es absolutamente real.
Son parte de ella tanto como los instrumentos que la tocan o el páncreas del músico. Son universos posibles, infinitos e individuales, y cada música alberga una colección única para cada espíritu.
La ruta de viaje es, con frecuencia, solitaria. A lo más que podemos aspirar es a colisiones fortuitas, conexiones esporádicas, unas risas aquí, una lagrimilla por allá.
Como digo: tan real como la vida misma.

viernes, 6 de abril de 2007

Pre-MIDI New Wave: Karn, Taylor.




Lo que sucede con el bajo es que muchas veces se le condena a la inmovilidad, se le encadena a la fundamental del acorde y, si acaso, se le permite visitar la quinta o alguna nota de paso.
Es como un adolescente repleto de hormomas al que se obliga a quedarse en casa un sábado por la noche... créanme, yo sé de eso.
Triste destino para semejante instrumento, castración musical lo llamaría yo.

Afortunadamente hay excepciones, por ejemplo Mick Karn y John Taylor.
Estoy entregado a la reescucha de Gary Numan, a ver si logro poner en contexto todo este revival ochentero y terminar de convencerme de que el retro es intrascendente y banal, de que la nostalgia es hermosa en tanto que es intangible, pérdida, reconstrucción engañosa de nuestra mente aburrida por el presente.
En esa afortunada odisea me topé con We take mistery (to bed) y Music for chameleons. Ambas canciones tienen unas líneas de bajo espectaculares y pensé que se trataba de Paul Gardiner, bajista original de Tubeway Army. Cuál sería mi sorpresa cuando, investigando investigando, me encuentro con que el bajista del álbum I, Assassin (1982) de Gary Numan había sido Mick Karn, uno de los culpables de que hoy yo sea un bajista wannabe.

Dentro de la catarata de despropósitos que hay que cometer a la hora de catalogar un momento musical, la "ola" británica de principios de los 80 ha quedado en la memoria como New Wave. Tenía un pie en el punk y otro en la música disco o en el funk, en el reggae o en el glam post-psicodélico, y casi siempre siguiendo la estela de David Bowie o de Roxy Music.
Entre ésta subgentuza difícilmete calificable hay grupos como Japan, Simple Minds, Depeche Mode, Duran Duran, OMD, The Cure, Siouxsie and the Banshees y desde luego Tubeway Army.
Hacia mediados de la década el mercado los había digerido a todos y los grupos sufrían por encontrar algo nuevo que decir. Pocos lo lograron, hay que decirlo... live aid los había vuelto políticamente correctos, los príncipes de Gales daban su venia.
Sin embargo hay un parteaguas técnico que nunca he escuchado mencionar a los críticos y que trataré de descifrar a los profanos:
En diciembre de 1982 se lanzó al mercado el Prophet 600 de la casa Sequential Circuits, el primer sintetizador con MIDI. La revolución tecnológica de la música dió un salto enorme.
Musical Instrument Digital Interface es el protocolo universal que permite hacer cadenas de sintetizadores para sumar sus capacidades, conectarlos a ordenadores para programar a ultra-detalle el más mínimo acontecimiento musical, sincronizar aparatos... hoy en día se usa incluso para muchas aplicaciones no musicales por artistas multimedia.
¿Qué pasó? que la euforia MIDI nos llenó de música de plástico, los secuenciadores pusieron torres de sintetizadores bajo su dictadura y los obligaron a cumplir todas las funciones musicales al servicio de la moda y de la estrella vocal del momento. Así como el video mató a la estrella de radio, el MIDI mató al rock. El triunfo de la máquina. La modernidad de la era digital.
Nació el "synth pop".
La consecuencia lógica fue la vuelta a las cavernas que nos propuso el grunge en aras de la honestidad y la crudeza... afortunadamente ya pasó y parece que las aguas vuelven a su cauce, el MIDI es sólo una herramienta más y las bandas han vuelto a tocar, el rock sigue muerto, pero a nadie nos importa un pimiento.
Pero antes del MIDI, cuando el sintetizador era un instrumento más de una banda, el espectro sonoro requería otros instrumentos: baterías, guitarras y, desde luego bajos. Y en ese ámbito, ésos dos o tres años de New Wave previos al MIDI, sobresalen Mick Karn en Japan y John Taylor en Duran Duran. Sin ellos sus bandas no hubieran sido lo mismo.
Karn es para el New Wave lo que Pastorius es al jazz: libera al bajo eléctrico y lo hace convivir en el primer plano, es casi un solista. Aporta un mundo de color introduciendo escalas poco frecuentes, suma movimiento en la cadena de síncopas de tufillo funk y hace que el todo musical sea una cosa nueva y excitante, completamente distinta a lo que hacían sus coetáneos. Si a ello le sumamos a David Sylvian, Richard Barbieri y Steve Jansen en Japan, a Peter Murphy en Dalis Car, o a Gary Numan tenemos uno de los potajes más sabrosos y más subvaluados de los últimos treinta años.
John Taylor es mas discreto, pero no menos efectivo, quizá más elegante. Duran Duran es de esas bandas que hacen a los intelectuales respingar y que disfrutan en el fondo inconfesable de su corazón. Un aspecto crucial en su sonido es el bajo, sobre todo en los dos primeros discos. Confeso admirador de Bernard Edwards (Chic), John Taylor convierte armonías sencillas en líneas contrapuntísticas sin dejar de ser funcional, son el pegamento que enlaza las melodías de voz con los ritmos funk de la guitarra o sus arpegios, con las sutilezas armónicas de los teclados y desde luego con la batería. Siempre enérgico, pero con sentido de la melodía.
He puesto como ejemplo Lonely in your nightmare por no subir una de las canciones más famosas, pero si faltase ejemplificar con más canciones sugiero la mismísima Rio.
En esta ocasión no me voy a poner a analizar las canciones porque lo que quiero ilustrar se narra a sí mismo, sólo hace falta tener un equipo que reproduzca los graves un poco mejor que las típicas bocinas de las computadoras.
Desde que descubrí cómo poner música en el blog soy mucho más feliz.



Gary Numan, I, assassin (1982)

Japan, tin drum (1981)

Duran Duran, rio (1982)




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sábado, 24 de febrero de 2007

Parla

Hace un par de semanas me encontré fortuitamente el anuncio de que Steve Jansen iba a tocar en Madrid, y al averiguar sobre el evento de que se trataba descubrí que el día anterior se presentaba Hector Zazou. Dos horas más tarde tenía las entradas y el billete de avión listos y había hablado con mi hermano, residente en la ciudad, para que me hiciera un huequito para mi petate.
El festival Interparla 2007 es de esos eventos que justifican haberse venido a vivir tan lejos de casa, y comprobar que hay cosas para las que el "primer mundo" funciona. ¿dónde más iba a ver semejantes conciertos por 3€ cada uno?
Ambos conciertos resultaron ser musicalizaciones en directo sobre películas clásicas, algo que poco a poco se está convirtiendo en un género en sí mismo y que me recuerda a cuando las películas mudas se animaban con un tipo tocando la pianola... pues más o menos igual, pero en el siglo XXI.
Zazou reinterpreta "La Pasión de Juana de Arco" de Carl-Theodor Dreyer (1928) invitándonos a ocupar la cabeza de su protagonista a través del sonido: La materia prima de que se sirve en esta ocasión es exclusivamente cantos de pájaros. De ahí que la musicalización lleve el nombre de "A Bird Symphony".
Se presume que la película se quemó antes de su estreno cuando estaba casi terminada y Dreyer la reconstruyó a base del material que le había sobrado, que son fundamentalmente primeros planos, con lo cual adquiere una intensidad tremenda gracias a la actuación portentosa de Renée Falconetti.
Otra teoría dice que Dreyer reconstruyó la película con tomas alternas al punto en que era casi idéntica a su predecesora. Desafortunadamente la segunda versión también fue destruida por un incendio, aunque más tarde aparecería un negativo intacto que después fue (re)montado por Lo Duca en una versión que sería calificada de inaceptable por las alteraciones y mutilaciones que había inflingido al original.
Finalmente en 1981, en Oslo, alguien encontró perdida en unos armarios una copia de la versión original de 1928.
La película es inmensamente conmovedora y el trabajo de Zazou es, por llamarlo de alguna manera, "enloquecedor" en la medida en que consigue adentrarnos en la mente de Juana de Arco y su diálogo con Dios a base de manipulaciones electrónicas de voces de pájaros.
La manera de relacionarse con la imagen en ningún momento resulta discordante ni produce una sensación de anacronismo por el contrastarse del cine antiguo con la electrónica contemporánea, al contrario, los discursos se enriquecen y potencian recíprocamente y la unidad narrativa se logra, se establece en un plano insospechado y profundo dada la ausencia de palabras (a excepción de algunos intertítulos) y de sonido incidental al que tan acostumbrados estamos.
La música dialoga con la imagen obligándonos a un doble esfuerzo interpretativo: Por un lado, la comprensión de la imagen y su tratamiento moderno (no sé de cine, pero los recursos que he visto en esa película no los he visto en muchas de sus contemporáneas) así como el particular punto de vista sobre la historia que busca honestamente evitar maniqueísmos baratos y tópicos inquisitoriales; y por otro lado el ejercicio de excavación en la mente de Jeanne d'Arc guiado por los alucinantes sonidos que son el lenguaje en el que la heroína se comunica con Dios.
La experiencia es intensa y conmovedora, aderezada con la presencia de Monsieur Zazou y su manipulación in situ del sonido (espléndido 5.1)

Mi segundo día en Madrid se nubló cuando encontré un cartel a la entrada del teatro que ponía algo así como: "Steve Jansen no tocará hoy porque tiene bronquitis", pero como de todas maneras se llevaría a cabo el concierto pues traté de poner buena cara por respeto a los otros dos músicos, a quienes, por cierto, no conocía.
La idea original es de Claudio Chianura, tecladista. Se había presentado con Jansen ésta misma obra en Milán, de la que se editó el CD (Kinoapparatom - Medium, 2001) y ahora se presentarían con Elsenburg en la guitarra.
Al final fue este dueto, actuando sobre la imagen de la película experimental de 1929 "Kinoapparatom" de Dziga Vertov (también conocida como "A man with a movie camera").
Desde el principio Vertov nos advierte que no hay actores o guión, de que su intención es desligar al cine de la literatura o el teatro y explorar el valor que tiene en sí mismo.
La película empieza con una secuencia de gente entrando a un cine y el film que arranca sobre la pantalla. Un retrato de la vida cotidiana en una ciudad rusa que pensé que era Odessa o Moscú: tranvías, bares, actividades deportivas, un accidente, las fábricas, el trabajo, el ocio, la maternidad. Y entre toda la actividad un camarógrafo como protagonista filmándolo todo como una premonición de un mundo hipermediatizado. La cámara en movimiento sobre ruedas, o animada cuadro por cuadro. La cámara que mira y que a su vez es mirada por otra cámara, que al final filma a los espectadores en el cine en un juego de espejos que nos alcanza a través del tiempo. Quizá las butacas del teatro en el que estoy yo sean más cómodas.
La música, improvisaciones sobre temas y atmósferas, acentua los diferentes capítulos del film.
Me recordaba bastante a las piezas instgrumentales del Gone to Earth de David Sylvian. Acordes largos y atmosféricos de guitarra y diseño de sonido detallista. Algunos loops, sampleos de narraciones en ruso. Las imágenes se vuelven nostálgicas y ajenas, se romantizan.
A diferencia del trabajo de Zazou del día anterior, la música de Chianura y Elsenburg es totalmente tonal, o modal si se quiere, pero basada en nociones de escala, armonía y ritmo que nos son familiares, con lo cual resulta mucho más accesible, aunque esto no lo desvirtúa de ninguna manera.
Al final no me hizo falta que viniera Steve Jansen, como no conocía la obra previamente el concierto me resultó plenamente satisfactorio, quizá no tan intenso como el del día anterior, pero esto se puede deber a la naturaleza misma de las obras.
Felicito a la gente del festival Interparla y a los que los financian... porque los veinte gatos que estábamos ahí dentro seguro no alcanzamos a cubrir ni los gastos de catering.

domingo, 21 de enero de 2007

The Darkest Star, Love You To



Confieso que enfrentarme a hablar de estos monstruos que han hecho correr ríos de tinta me produjo cierto pánico, pero no puedo defraudar a Calypso y dejarlo pasar.
Depeche Mode y los Beatles tienen en común el uso musical de tratamientos sonoros poco convencionales en el rock, ambos han hecho de ello una bandera, un sello, un manifiesto.
Desde luego sería un sinsentido pretender que no son herederos de los trabajos de Boulez, Stockhausen y toda esa generación de experimentación electroacústica de la que George Martin estaba bastante al tanto, y no creo ofender a nadie si sospecho que Depeche Mode debe mucho de su postura sonora al "Sgt. Pepper". Gracias a ellos el rock pudo ensanchar su horizonte sonoro enormemente y convertirse en un vehículo de expresión mas poderoso y profundo, a veces sublime.
Usualmente se asocia todo esto con la psicodelia y la "culturalización" del uso de las drogas, pero yo creo que esta es una visión extremadamente simplista y una excusa para justificar el uso de sustancias psicoactivas por parte de ya varias generaciones, como si las drogas fueran la causa a la que hay que agradecer el talento, el trabajo y la creatividad.
Lo que nos han ofrecido va más allá, tiene que ver con sensibilidades complejas que se atreven a atisbar acantilados emocionales y expresivos poco comunes, pero me da la misma impresión al escuchar a Beethoven, a Mahler o a Bartok y sería muy curioso meterlos a ellos dentro del saco de la psicodelia ¡lo que se iban a reír los academicistas! sólo por verles la cara valdría la pena.
Por otro lado, tampoco sería justo reducir a los Beatles y a Depeche Mode a su experimentación sonora: las canciones funcionan aunque se interpreten sólamente con un piano o una guitarra. Martin Gore mantiene este principio y las canciones de los Beatles se han sobado tanto que ni hace falta decirlo.

The Darkest Star es una canción que puede pasar desapercibida, es la última del "Playing the Angel", y como la mayor parte de la gente sólo puede prestar atención durante siete minutos, las últimas piezas son relleno o son geniales.
Hay muchos niveles en los que se puede hablar de ella: su composición, su diseño de sonido, su soledad desgarradora, sus palabras; sin duda el todo será mas grande que la suma de las partes.
A la hora de desnudar la canción y tocarla sólo con el piano se evidencia su patetismo y me recuerda vagamente a Chopin por el uso de los disminuidos del modo menor. Si hubiese una partitura seguramente pediría piano como indicación dinámica.
La B sirve de material para la coda y la intro, es de una simpleza abrumadora por lo bien que funciona: acorde de cuarto grado seguido de un sforzando de un disminuido del quinto grado bemol (que finalmente es una inversión del socorridísimo primer grado disminuido) en el que se "rompe" el sonido de piano con una distorsión bastante ruidosa. Hace siglos ya que el efecto de estos acordes nos evoca automáticamente sentimientos de desolación o tristeza, para decirlo superficialmente, aunque afortunadamente las letras de Martin Gore son lo suficientemente enigmáticas para salvarnos del sentimentalismo y sugerirnos algún otro ejercicio de reflexión (que cedo a cada quién, las letras no sonlo mío)
Por lo demás la esrtructura es típica: A-B-A-B-C.
Como apunte sobre el tratamiento sonoro, el piano en el tema de guitarra después de la primera B está modificado para hacer una "cama" sonora sin romper el diseño de sonido propueso desde el principio; hay además varios reverses y desde luego toda clase de blips llenos de filtros. El bajo y el loop de la batería están en la mezcla a un nivel bastante moderado para dar una sensación de contención, de angustia silenciosa; son el piano y la voz los que se encargan del movimiento dinámico.
La explosión del pisaje sonoro de la coda es un viaje bastante disfrutable, buenas noches, duerme bien, que sueñes con los angelitos.

A menos de que Calypso te sorprenda cuando ya tienes un un ojo viendo pa'dentro y te suelte una prolongación insospechada del paseo.

Todos los "bitlemaniacos" tenemos nuestro beatle preferido... yo no he sido muy fiel: de niño era Ringo por Help!, luego fue John porque era el mártir revolucionario, y ahora es George porque simplemente me cae bien. Paul es como Sting o Bono, no logro cogerles cariño.
Las canciones de George tienen algo especial, y Love you to es una canción poco beatle, de hecho sólo toca Ringo la pandereta. George canta, toca el sitar, la tambura y la guitarra; la tabla la toca Anil Baghwat. Paul había hecho algunas voces que al final no se incluyeron.
Aunque hoy en día damos todo por sentado y el introducir intrumentos raros al pop está lleno de tópicos, vale la pena reconocer ésta canción como una de las primeras en introducir instrumentos tradicionales de India. Al sitar no hay mas que escucharlo para darse cuenta de lo poderoso que es: genera una cortina de armónicos tan densa que es difícil incorporar otro instrumento que no sea percusión o solista, además en este caso está acompañado por la tambura, que es su intrumento pariente y que hace los pedales graves, algo así como el cello y la viola, con lo cual ya tenemos una sonoridad avasalladora. Por otro lado el sitar tiene un montón de cuerdas parasimpáticas que resuenan por afinidad. Esto hace que haya pocas posibilidades de hacer diferentes acordes y de hacer un desarrollo armónico a la usanza occidental, cosa que evidentemente es intrascendente cuando escuchamos los complejísimos desarrollos melódicos y rítmicos de la música tradicional hindú.

Volviendo a la canción, Después de la intro, en el tema del sitar es muy característico el uso del semitono entre el sexto y el séptimo grado que dan personalidad al modo mixolidio.
El uso de los cambios de compás es habitual en la música hindú, de hecho son fecuentes las secuencias de compases irregulares y posiblemente en esta canción George haya usado un patrón determinado que seguramente tendrá un nombre increíble: parece que la A está en 4/4 y hay una añadidura para pasar a la B que parece estar en 7/4 o mas bien tener insertado un compas de 3/4, con lo que el trabajo de Ringo no es tan simple como parece.
Sólo hay un acorde de guitarra en reverse y aparece repetidamente en la B, pero encaja bastante bien con la sonoridad de la pieza.

Lo difícil aquí es deshacerse de ideas preconcebidas a la hora de escuchar la música, nos gana nuestro gusto cultural por el exotismo y automáticamente catalogamos la canción dentro de su cajita correpondiente.
Sin embargo no deja de ser una canción pop, que es lo que sabía hacer George, hay quien afirma que es pionero del world music (como yo no sé qué es eso me abstendré de comentar, al menos hasta que alguien me enseñe algo de moon music) Lo que sí creo es que abrió un poco más el campo de lo que se puede hacer y expresar con la música. Corrió el riesgo, y eso lo agradezco.


sábado, 20 de enero de 2007

Ladybird Lilywhite Lilith



Pedro me contó el otro día, mientras escuchábamos algún vinilo viejo de Pink Floyd como buenos desplazados generacionales, que había leído a algún crítico genio de periódico gratuito proclamar que los discos conceptuales de los setenta eran un invento de las discográficas. Entre todas las críticas que he oído –muchas de las cuales secundo- al rock progresivo, ésta es por mucho la más descabellada. Mientras nos partíamos de esa risa enrabiada que da que alguien escriba eso impunemente, recordábamos que lo que sí es invento de las discográficas son compilaciones aberrantes como el “adagio de Karajan” o las canciones de cuatro minutos; eso sí que es un invento comercial del cual, confieso, soy víctima: tengo unos once giga bytes de música en el disco duro que prácticamente sólo escucho en modo aleatorio, cada vez me es más difícil encontrar el tiempo y el estado mental para escuchar un disco de pe a pa, además de que cada vez son menos los concebidos con ese propósito. Afortuadamente Calypso (mi máquina) es una estupenda DJ que me sorprende con las mezclas eclécticas más acertadas.
Todo esto viene a cuento porque quiero hablar de una canción de uno de esos discos conceptuales de los setenta, del setenta y cuatro para ser exactos, y de otra publicada en 2004.

Hay canciones para escuchar por la mañana de un sábado soleado y apacible, como hoy. Durante mucho tiempo So much trouble in the World de Bob Marley fue mi canción matinal por excelencia, pero hay muchas más y hoy Calypso me ha sugerido dos: Liliwhite Lilith (1974) del "The Lamb Lies Down on Broadway" de Genesis y Ladybird (2004) del "Everybidy Loves a Happy Ending", último disco de los reunidos Tears For Fears.

Es curioso que el progresivo nunca me ha gustado y sin embargo ahora reescucho “The lamb…” y lo aprecio a la luz de música de grupos contemporáneos como Stereolab, Tortoise o Mogwai: el presente iluminando al pasado y dotándolo de una vigencia inesperada.
Voy a cometer el pecado de descontextualizar Liliwhite Lilith, que es una canción bastante rockera que abre el disco dos. Riffs de guitarra contundentes, acordes que se mueven contra un pedal de bajo y un coro sorprendente con cambio de sensación rítmica después de una añadidura de compás.
Por lo demás es bastante simple en cuanto a estructura: A-B-A-B-C, con la C en el ámbito de la subdominante. No es exactamente una coda porque funciona más bien como enlace con la siguiente pieza del disco.
Una canción sencilla con la gracia de los acordes que se mueven contra el bajo pedal, las sutilezas rítmicas y que la voz de Peter Gabriel tiene un color fantástico.
Ladybird en principio es bastante distinta: mientras Lilywhite… es parte de un historia bastante oscura, Ladybird es una canción casi naïf aunque no exenta de cierta melancolía. Curiosamente la canción del grupo pop (TFF) es un poquito más complicada que la del progresivo, aunque no mucho. Lo que comparten y las hace tener un atractivo peculiar es el cambio de sensación rítmica y de intensidad en los coros: Las estrofas de Ladybird son suaves y están en ¾, el coro sorprende al cambiar a un 5/4 (3+2) y aumentar la intensidad.
En ambas canciones la melodía del coro es ascendente y el arreglo es muy contrastante con el de la estrofa: en Lilywhite… las estrofas son contundentes, la sensación rítmica del coro se reduce a la mitad y es suave, mientras que en Ladybird es exactamente al revés.
Como siempre, por más simples que sean las canciones de Tears For Fears son un alarde de arreglo: con pocos elementos se las ingenian para dar variedad al tema: el cruce de melodías de la tercera A es muy característico, así como el matíz antes del último coro para potenciar el final. Quizá lo único que le reprocho es el fade out.
En todo caso si alguien quiere hacer el experimento recomiendo escucharlas en orden inverso al cronológico: Ladybird primero y luego Lilywhite Lilith.
¡Ah! y si inmediatamente después pueden poner El San Lorenzo de Los Camperos Huastecos (de la compilación "Otro Ratito Nomás" de discos Corasón) van a alucinar. Adoro a mi DJ.

"...Cupido, como traidor, quitarme la vida trata,
sólo le pido un favor, que su espada sea de plata
para morir con valor y en los brazos de mi chata..."

Sólo una nota más dedicada a la nostalgia: Mi amigo Leonardo de Neymet, con quien tuve mi primer grupo era fan de "The Lamb..." hoy, veinte años después, le agradezco la lata que daba con él.

miércoles, 17 de enero de 2007

Bloc Party o la elegancia de los tulipanes


A la hora de escribir sobre música es fácil usar adjetivos que no quieren decir nada cuando en realidad uno no sabe qué decir. Uno de ellos, socorridísimo por la crítica, es lo elegante, que si en términos comunes no es nada fácil de definir, en términos musicales es peor. ¡Ah, pero qué bien queda en las críticas decir que los fulanitos hacen una música muy elegante!
Los diccionarios definen la elegancia como una conjugación de distinción, buen gusto y sencillez, lo que a su vez me podría plantear una espiral dialéctica en la que no me voy a meter porque precisamente quiero hablar de una canción de Bloc Party que sólo puedo calificar de elegantísima.
"Tulips" está basada en un arpegio sobre Bm7 y prácticamente toda la canción transcurre en Si eólico, menos la coda que se vuelve luminosa al aterrizar en Re mayor. La figura rítmica de este arpegio se mantiene durante toda la pieza dándole consistencia.
La gracia está, en gran medida, en la administración de los recursos musicales y en el movimiento del bajo que consigue que las notas de un mismo arpegio se conviertan en extensiones y por lo tanto en color.
El entorno modal permite ese tipo de juegos y demuestra que los músicos de Bloc Party son un cuarteto eminentemente “rockero” que sabe ir más allá de poner acordes con distorsión en la guitarra y la fundamental a machacar en el bajo: hay expresión en la armonía, la búsqueda de un entorno mas o menos original sin perder la esencia energética del grupo de rock básico.
La estructura de las canciones de rock es tremendamente rígida, sobre todo cuando hay una discográfica que quiere resultados económicos, pero también tiene una razón dramática de ser. En realidad no es nada nueva y suele dar forma y concisión a las ideas musicales. “Tulips” no es la excepción, y sin embargo está manejada con sensibilidad: las estrofas no son iguales entre sí, como tampoco lo son los estribillos porque están enmarcados en un crescendo general que conduce toda la pieza, desde la intro de batería, hasta el obligado final en Re mayor que supone el clímax de la canción mientras la voz canta “you’re the one I love” .
La inteligencia de quitar el bajo en la primera estrofa y la sutileza con la que va entrando o las dinámicas de la coda son testigos de musicalidad y sensibilidad a la hora de arreglar.
También es de agradecer la batería, que sin alejarse demasiado de los patrones habituales encuentra cierta originalidad y es lo suficientemente funcional como para mantenerse todo el tema. También me gusta que remate sus redobles en síncopa al estilo de Sly Dunbar.
En fin, Bloc Party se permite juegos que la mayoría de los grupos de su estilo parecen incapaces de concebir haciendo que sea un grupo bastante único: en un género tan cargado de testosterona, las extensiones de los acordes y los bajos cambiados procuran matices femeninos que dan un balance especial a la música sin llenarla de afectación; esto, sumado a que el grupo pasa de demasiados artificios de producción y se muestra tal como es, consigue distinción en su sencillez intrínseca gracias al tino y buen gusto de su arreglo.
Para mí eso es elegancia.

domingo, 14 de enero de 2007

PRESENTACIÓN: ¿y este blog de qué es?


Puede resultar pretencioso decir que la primera música que me gustó en la vida fue la de Beethoven, pero es así, no es mi culpa. Tampoco tengo idea de porqué de chamaco me gustaba tanto, pero la séptima sinfonía y, desde luego la quinta me encantaban.

Mi padre se encargaría de quitarme lo snob llevándome (casi a la fuerza) a ver Help! con lo que me volví “bitlemaniaco”, afición que mantengo orgullosamente. De hecho cuando conozco a un músico que dice que no le gustan los Beatles de inmediato desconfío de su capacidad musical, su cultura, su gusto y, sobre todo su humanidad. Es verdad que al paso de los años hay canciones que me producen nauseas, como hey jude, o let it be, pero el Abbey Road me sigue poniendo la piel de gallina y lloro con because.

A mi padre le debo la certeza de que la vida sin música no es vida. Él no sólo me llevó a intoxicarme con los Beatles, sino que me introdujo a la música de su generación: a los Rolling Stones, los Animals, Them, The Who y un montón de grupos ingleses de los 60, de entre los cuales sus verdaderos consentidos siempre fueron los Kinks: encajaban perfectamente con su espíritu inclaudicante.

Mientras fui niño, en los 70 y principios de los 80, fue descubriéndome el rock progresivo de Van der Graaf, el italiano de Premiata Forneria Marconi o Le Orme (no le gustaban ni Yes, ni Genesis, ni Pink Floyd, que era lo que les gustaba a los intelectuales de la época), el rock experimental de Area, Gong y esa gente, y mantenía una mente abierta con el principio del New Wave. Estaba feliz como un niño cuando se compró el Never mind the bullocks de Sex Pistols, sentía que había un nuevo despertar después del amargo letargo de los setenta. Terrible desengaño para él lo que sucedería la siguiente década y que lo orillaría a abandonar el rock justo cuando yo empezaba a decidir que podían gustarme cosas distintas de lo que le gustaba a él. Aún así fue él quien me acercó a Roxy Music, se compró el primer disco de U2 y de Siouxsie and the Banshees que hubo en mi casa e incluso el Rio de Duran Duran y el Tin Drum de Japan. Seguro que él se arrepintió, pero a mí esos dos discos me cambiaron la vida. Si alguien tiene la culpa de que yo sea músico sin importarme si tengo la capacidad instalada para serlo es él, por lo menos en gran parte.

Los años ochenta fueron el despertar a todo: música, chicas, crisis existenciales, drogas… adolescencia en plenitud; y desde luego con su respectivo soundtrack. Duran Duran fue un punto de enlace musical con Jimena que se mantiene hasta hoy, mientras que la fiesta de la testosterona y los amigotes era amenizada por The Police, Talking Heads, Simple Minds y demás. A Tears For Fears lme aficioné bastante más tarde. Desde luego los conocía pero por alguna razón era de esos grupos que le gustaban a gente que me caía mal, ahora creo que han hecho algunas de las mejores canciones de pop de la historia y creo que Roland Orzabal es un compositor alucinante.

Como todo, los ochenta se empezaron a marchitar, descubrí la soledad y las facetas extrañas de mi propia personalidad. Me fui de cabeza tras Dead Can Dance, Cocteau Twins y la 4AD, Bauhaus, Siouxsie y demás gente que de alguna manera reaccionaban contra la ingenuidad ultracomercializada y cínica del panorama radiofónico de la era Tatcher-Reagan. La música de Depeche Mode podía parecer light pero estaba llena de himnos generacionales. La respuesta a porqué escuchábamos sólo música en inglés es demasiado triste como para enfrentarla aquí en breves líneas, pero ya lo haré.

Entre todo esto, cuando llegaba a casa siempre había un disco de Monk, Mingus o Coltrane primero, y luego, conforme los neo-cons nos empezaron a someter, fue Ornette Coleman, Eric Dolphy, Sun Ra, Cecil Taylor, John Zorn… pero me estoy adelantando: eso fue cuando llegaron los noventa, los horrorosos noventa de los que sólo me rescatan Massive Attack, Björk y poco más. En fin, que los ochenta se acabaron con los Pixies y el primer disco de Sonic Youth.

En 1988 entré a la Escuela Nacional de Música con Raymond y ahí conocimos a Hans. Hans tocaba la guitarra en el grupo mas pesado de Thrash Metal que había en México, y como buen “metalero” era un pan de dios con un corazonzote, se ve que los decibeles y la distorsión relajan a las bestias. Nos hicimos tremendamente amigos y en honor a esa amistad tratamos de acercar posiciones musicales: Hans nos dio un curso intensivo de Metallica, Slayer y Sepultura, pero la verdad sea dicha estaba predicando en el desierto y la semilla metalera no germinó en nuestros corazones. Sin embargo encontramos otros puntos de encuentro como King Crimson o el reggae.

Uf, todo lo que hay que decir del reggae ¡y todo lo que pasó después!
El caso es que en medio del panorama rockero de principios de los noventa lleno de pseudohippies y grungeros había que huir, y el único sitio seguro parecía el caribe: muchísimos músicos de mi generación nos refugiamos ahí ante la oleada de gringos fanáticos de la heroína tristísimos porque se habían dado cuenta de que su país era una mierda y que la crisis económica los estaba volviendo tercermundistas funcionales, ¡cómo lloraban! Nosotros que somos tercermundistas deadeveras y que vivimos en permanente crisis económica más bien estábamos enojados por otras cosas, así que le dimos la espalda al rock (por un rato) y nos pusimos a escuchar música caribeña, africana, tropical, afro-cubana y lo que sonara a baile calientito. Naturalmente hicimos nuestra banda de reggae, cómo no. Pero no se trata aquí de hablar de Los Yerberos, para eso habrá otras ocasiones, además ya me cansé de escribir de ello.

Lo que me ocurrió a la hora de hacer una banda de reggae, fue que al poco tiempo dejé de escucharlo, me aburrí bastante pronto y cuando llegaba mi casa lo último que tenía ganas de oír era un skanking. Sin embargo el amor por las líneas de bajo elegantes y llenas de silencio, sexys y contundentes del reggae se me metieron bajo la piel. Hoy en día si hay algo que no puedo soportar es un grupo del género con bajos estáticos a tierra machacando fundamentales en el 1, es mas fuerte que yo, me dan ganas de cortarles las piernas, o las pelotas… en fin, mis vísceras son raras, qué le voy a hacer.

El caso es que un día que debía estar señalado en mi carta astral me compré el Gone to Earth de David Sylvian. Yo sólo había escuchado el Flux and Mutability, hecho en colaboración con Holger Czukay, que es instrumental y, aunque siempre me ha gustado, no me había impactado tanto; taking the veil fue una revelación, un martillazo en la cabeza, una demostración de que ha servido de algo la existencia del ser humano. Era exactamente lo que estaba buscando, y el resto del disco me abrió un camino excitante, a excepción de Silver Moon que entonces me pareció una balada facilona.

Entre mas aprendo y conozco de música, de teoría; entre más conciertos hago con más gente diferente, más alucino con la música de ese señor. Es espantoso, soy un fan, esa revelación fue a la vez una tragedia: la obra ya está hecha, en una admiración tan profunda hay algo de autonegación, de vacío, ¿ahora que voy a hacer yo?.
De hecho creo que lo peor que puede uno hacer es tratar de conocer más allá del trabajo de la gente que uno admira, decepción segura: los ídolos son siempre unos cretinos -¡hey, Adivina! ¡Son humanos!–, incluso sabiéndolo no he podido evitar chutarme todas las entrevistas que hay en youtube, ¡y lamentar su separación de Ingrid Chavez sinceramente! Pero necesito saber cómo lo hace ¿qué desayuna? ¿qué libros lee? ¿qué música escucha? ¿cómo se compone una canción como heartbeat o orpheus o ghosts o red guitar? No técnicamente, sino ¿cómo se transforma la vil materia orgánica que somos en eso? ¿cómo se convierten los choco krispis en discos como Dead bees on a Cake? Es maravilloso, pero a la vez es terriblemente frustrante… ¿será por eso que los fans matan a sus ídolos?

Durante mucho tiempo lo imité, o al menos lo intenté, hasta que escuché el disco de alguien que seguro es un fan mas enfermo que yo porque le calca enlaces, texturas y giros melódicos sin la menor autoestima. Fue un duro golpe porque me di cuenta de mi propia ridiculez y de la belleza de admirar algo con toda tu alma sin necesidad de poseerlo, de apropiarse de ello: la obra está allí, es del mundo, es parte del mundo; no tiene sentido querer ser un árbol sólo porque te gustan los árboles. Somos víctimas de la cultura del consumo, creemos que lo podemos tener todo.
La obra de David Sylvian me descubrió a Fennesz, a Akira Rabelais y a Trey Gunn, y me hizo apreciar más a Ryuchi Sakamoto y a Robert Fripp.

A lo largo de todos estos años, lo que me ha intrigado más y quizá sobre lo que he tenido discusiones mas acaloradas es aquello de “la música buena y la mala”. Al principio la buena era la que oía mi padre, luego la que me identificaba dentro de una generación o un clan ¿y hoy? Hoy he llegado a la conclusión de que para mí la música se divide en dos: la que me aburre y la que no me aburre, y ésta cambia cada día, aunque la que me aburre mortalmente rara vez cambia de categoría. Y así llego a la motivación fundamental de todo este rollo y este blog:

la música que NO me aburre ¿porqué no me aburre?

Hay un sinfín de respuestas que me propongo explorar en el futuro en este espacio y a compartir amistosamente con quien se anime a intentar descifrar conmigo los misterios de la conexión música-alma. Me planteo por un lado ser lo más impúdicamente sincero (como confesar que en la prepa hice alguna tarea escuchando Flans) y por otro no hablar de la música que sí me aburre, aunque quizá alguna vez me permita licencias con tal de divertirme… es mi blog, qué chingaos.