domingo, 21 de enero de 2007

The Darkest Star, Love You To



Confieso que enfrentarme a hablar de estos monstruos que han hecho correr ríos de tinta me produjo cierto pánico, pero no puedo defraudar a Calypso y dejarlo pasar.
Depeche Mode y los Beatles tienen en común el uso musical de tratamientos sonoros poco convencionales en el rock, ambos han hecho de ello una bandera, un sello, un manifiesto.
Desde luego sería un sinsentido pretender que no son herederos de los trabajos de Boulez, Stockhausen y toda esa generación de experimentación electroacústica de la que George Martin estaba bastante al tanto, y no creo ofender a nadie si sospecho que Depeche Mode debe mucho de su postura sonora al "Sgt. Pepper". Gracias a ellos el rock pudo ensanchar su horizonte sonoro enormemente y convertirse en un vehículo de expresión mas poderoso y profundo, a veces sublime.
Usualmente se asocia todo esto con la psicodelia y la "culturalización" del uso de las drogas, pero yo creo que esta es una visión extremadamente simplista y una excusa para justificar el uso de sustancias psicoactivas por parte de ya varias generaciones, como si las drogas fueran la causa a la que hay que agradecer el talento, el trabajo y la creatividad.
Lo que nos han ofrecido va más allá, tiene que ver con sensibilidades complejas que se atreven a atisbar acantilados emocionales y expresivos poco comunes, pero me da la misma impresión al escuchar a Beethoven, a Mahler o a Bartok y sería muy curioso meterlos a ellos dentro del saco de la psicodelia ¡lo que se iban a reír los academicistas! sólo por verles la cara valdría la pena.
Por otro lado, tampoco sería justo reducir a los Beatles y a Depeche Mode a su experimentación sonora: las canciones funcionan aunque se interpreten sólamente con un piano o una guitarra. Martin Gore mantiene este principio y las canciones de los Beatles se han sobado tanto que ni hace falta decirlo.

The Darkest Star es una canción que puede pasar desapercibida, es la última del "Playing the Angel", y como la mayor parte de la gente sólo puede prestar atención durante siete minutos, las últimas piezas son relleno o son geniales.
Hay muchos niveles en los que se puede hablar de ella: su composición, su diseño de sonido, su soledad desgarradora, sus palabras; sin duda el todo será mas grande que la suma de las partes.
A la hora de desnudar la canción y tocarla sólo con el piano se evidencia su patetismo y me recuerda vagamente a Chopin por el uso de los disminuidos del modo menor. Si hubiese una partitura seguramente pediría piano como indicación dinámica.
La B sirve de material para la coda y la intro, es de una simpleza abrumadora por lo bien que funciona: acorde de cuarto grado seguido de un sforzando de un disminuido del quinto grado bemol (que finalmente es una inversión del socorridísimo primer grado disminuido) en el que se "rompe" el sonido de piano con una distorsión bastante ruidosa. Hace siglos ya que el efecto de estos acordes nos evoca automáticamente sentimientos de desolación o tristeza, para decirlo superficialmente, aunque afortunadamente las letras de Martin Gore son lo suficientemente enigmáticas para salvarnos del sentimentalismo y sugerirnos algún otro ejercicio de reflexión (que cedo a cada quién, las letras no sonlo mío)
Por lo demás la esrtructura es típica: A-B-A-B-C.
Como apunte sobre el tratamiento sonoro, el piano en el tema de guitarra después de la primera B está modificado para hacer una "cama" sonora sin romper el diseño de sonido propueso desde el principio; hay además varios reverses y desde luego toda clase de blips llenos de filtros. El bajo y el loop de la batería están en la mezcla a un nivel bastante moderado para dar una sensación de contención, de angustia silenciosa; son el piano y la voz los que se encargan del movimiento dinámico.
La explosión del pisaje sonoro de la coda es un viaje bastante disfrutable, buenas noches, duerme bien, que sueñes con los angelitos.

A menos de que Calypso te sorprenda cuando ya tienes un un ojo viendo pa'dentro y te suelte una prolongación insospechada del paseo.

Todos los "bitlemaniacos" tenemos nuestro beatle preferido... yo no he sido muy fiel: de niño era Ringo por Help!, luego fue John porque era el mártir revolucionario, y ahora es George porque simplemente me cae bien. Paul es como Sting o Bono, no logro cogerles cariño.
Las canciones de George tienen algo especial, y Love you to es una canción poco beatle, de hecho sólo toca Ringo la pandereta. George canta, toca el sitar, la tambura y la guitarra; la tabla la toca Anil Baghwat. Paul había hecho algunas voces que al final no se incluyeron.
Aunque hoy en día damos todo por sentado y el introducir intrumentos raros al pop está lleno de tópicos, vale la pena reconocer ésta canción como una de las primeras en introducir instrumentos tradicionales de India. Al sitar no hay mas que escucharlo para darse cuenta de lo poderoso que es: genera una cortina de armónicos tan densa que es difícil incorporar otro instrumento que no sea percusión o solista, además en este caso está acompañado por la tambura, que es su intrumento pariente y que hace los pedales graves, algo así como el cello y la viola, con lo cual ya tenemos una sonoridad avasalladora. Por otro lado el sitar tiene un montón de cuerdas parasimpáticas que resuenan por afinidad. Esto hace que haya pocas posibilidades de hacer diferentes acordes y de hacer un desarrollo armónico a la usanza occidental, cosa que evidentemente es intrascendente cuando escuchamos los complejísimos desarrollos melódicos y rítmicos de la música tradicional hindú.

Volviendo a la canción, Después de la intro, en el tema del sitar es muy característico el uso del semitono entre el sexto y el séptimo grado que dan personalidad al modo mixolidio.
El uso de los cambios de compás es habitual en la música hindú, de hecho son fecuentes las secuencias de compases irregulares y posiblemente en esta canción George haya usado un patrón determinado que seguramente tendrá un nombre increíble: parece que la A está en 4/4 y hay una añadidura para pasar a la B que parece estar en 7/4 o mas bien tener insertado un compas de 3/4, con lo que el trabajo de Ringo no es tan simple como parece.
Sólo hay un acorde de guitarra en reverse y aparece repetidamente en la B, pero encaja bastante bien con la sonoridad de la pieza.

Lo difícil aquí es deshacerse de ideas preconcebidas a la hora de escuchar la música, nos gana nuestro gusto cultural por el exotismo y automáticamente catalogamos la canción dentro de su cajita correpondiente.
Sin embargo no deja de ser una canción pop, que es lo que sabía hacer George, hay quien afirma que es pionero del world music (como yo no sé qué es eso me abstendré de comentar, al menos hasta que alguien me enseñe algo de moon music) Lo que sí creo es que abrió un poco más el campo de lo que se puede hacer y expresar con la música. Corrió el riesgo, y eso lo agradezco.


sábado, 20 de enero de 2007

Ladybird Lilywhite Lilith



Pedro me contó el otro día, mientras escuchábamos algún vinilo viejo de Pink Floyd como buenos desplazados generacionales, que había leído a algún crítico genio de periódico gratuito proclamar que los discos conceptuales de los setenta eran un invento de las discográficas. Entre todas las críticas que he oído –muchas de las cuales secundo- al rock progresivo, ésta es por mucho la más descabellada. Mientras nos partíamos de esa risa enrabiada que da que alguien escriba eso impunemente, recordábamos que lo que sí es invento de las discográficas son compilaciones aberrantes como el “adagio de Karajan” o las canciones de cuatro minutos; eso sí que es un invento comercial del cual, confieso, soy víctima: tengo unos once giga bytes de música en el disco duro que prácticamente sólo escucho en modo aleatorio, cada vez me es más difícil encontrar el tiempo y el estado mental para escuchar un disco de pe a pa, además de que cada vez son menos los concebidos con ese propósito. Afortuadamente Calypso (mi máquina) es una estupenda DJ que me sorprende con las mezclas eclécticas más acertadas.
Todo esto viene a cuento porque quiero hablar de una canción de uno de esos discos conceptuales de los setenta, del setenta y cuatro para ser exactos, y de otra publicada en 2004.

Hay canciones para escuchar por la mañana de un sábado soleado y apacible, como hoy. Durante mucho tiempo So much trouble in the World de Bob Marley fue mi canción matinal por excelencia, pero hay muchas más y hoy Calypso me ha sugerido dos: Liliwhite Lilith (1974) del "The Lamb Lies Down on Broadway" de Genesis y Ladybird (2004) del "Everybidy Loves a Happy Ending", último disco de los reunidos Tears For Fears.

Es curioso que el progresivo nunca me ha gustado y sin embargo ahora reescucho “The lamb…” y lo aprecio a la luz de música de grupos contemporáneos como Stereolab, Tortoise o Mogwai: el presente iluminando al pasado y dotándolo de una vigencia inesperada.
Voy a cometer el pecado de descontextualizar Liliwhite Lilith, que es una canción bastante rockera que abre el disco dos. Riffs de guitarra contundentes, acordes que se mueven contra un pedal de bajo y un coro sorprendente con cambio de sensación rítmica después de una añadidura de compás.
Por lo demás es bastante simple en cuanto a estructura: A-B-A-B-C, con la C en el ámbito de la subdominante. No es exactamente una coda porque funciona más bien como enlace con la siguiente pieza del disco.
Una canción sencilla con la gracia de los acordes que se mueven contra el bajo pedal, las sutilezas rítmicas y que la voz de Peter Gabriel tiene un color fantástico.
Ladybird en principio es bastante distinta: mientras Lilywhite… es parte de un historia bastante oscura, Ladybird es una canción casi naïf aunque no exenta de cierta melancolía. Curiosamente la canción del grupo pop (TFF) es un poquito más complicada que la del progresivo, aunque no mucho. Lo que comparten y las hace tener un atractivo peculiar es el cambio de sensación rítmica y de intensidad en los coros: Las estrofas de Ladybird son suaves y están en ¾, el coro sorprende al cambiar a un 5/4 (3+2) y aumentar la intensidad.
En ambas canciones la melodía del coro es ascendente y el arreglo es muy contrastante con el de la estrofa: en Lilywhite… las estrofas son contundentes, la sensación rítmica del coro se reduce a la mitad y es suave, mientras que en Ladybird es exactamente al revés.
Como siempre, por más simples que sean las canciones de Tears For Fears son un alarde de arreglo: con pocos elementos se las ingenian para dar variedad al tema: el cruce de melodías de la tercera A es muy característico, así como el matíz antes del último coro para potenciar el final. Quizá lo único que le reprocho es el fade out.
En todo caso si alguien quiere hacer el experimento recomiendo escucharlas en orden inverso al cronológico: Ladybird primero y luego Lilywhite Lilith.
¡Ah! y si inmediatamente después pueden poner El San Lorenzo de Los Camperos Huastecos (de la compilación "Otro Ratito Nomás" de discos Corasón) van a alucinar. Adoro a mi DJ.

"...Cupido, como traidor, quitarme la vida trata,
sólo le pido un favor, que su espada sea de plata
para morir con valor y en los brazos de mi chata..."

Sólo una nota más dedicada a la nostalgia: Mi amigo Leonardo de Neymet, con quien tuve mi primer grupo era fan de "The Lamb..." hoy, veinte años después, le agradezco la lata que daba con él.

miércoles, 17 de enero de 2007

Bloc Party o la elegancia de los tulipanes


A la hora de escribir sobre música es fácil usar adjetivos que no quieren decir nada cuando en realidad uno no sabe qué decir. Uno de ellos, socorridísimo por la crítica, es lo elegante, que si en términos comunes no es nada fácil de definir, en términos musicales es peor. ¡Ah, pero qué bien queda en las críticas decir que los fulanitos hacen una música muy elegante!
Los diccionarios definen la elegancia como una conjugación de distinción, buen gusto y sencillez, lo que a su vez me podría plantear una espiral dialéctica en la que no me voy a meter porque precisamente quiero hablar de una canción de Bloc Party que sólo puedo calificar de elegantísima.
"Tulips" está basada en un arpegio sobre Bm7 y prácticamente toda la canción transcurre en Si eólico, menos la coda que se vuelve luminosa al aterrizar en Re mayor. La figura rítmica de este arpegio se mantiene durante toda la pieza dándole consistencia.
La gracia está, en gran medida, en la administración de los recursos musicales y en el movimiento del bajo que consigue que las notas de un mismo arpegio se conviertan en extensiones y por lo tanto en color.
El entorno modal permite ese tipo de juegos y demuestra que los músicos de Bloc Party son un cuarteto eminentemente “rockero” que sabe ir más allá de poner acordes con distorsión en la guitarra y la fundamental a machacar en el bajo: hay expresión en la armonía, la búsqueda de un entorno mas o menos original sin perder la esencia energética del grupo de rock básico.
La estructura de las canciones de rock es tremendamente rígida, sobre todo cuando hay una discográfica que quiere resultados económicos, pero también tiene una razón dramática de ser. En realidad no es nada nueva y suele dar forma y concisión a las ideas musicales. “Tulips” no es la excepción, y sin embargo está manejada con sensibilidad: las estrofas no son iguales entre sí, como tampoco lo son los estribillos porque están enmarcados en un crescendo general que conduce toda la pieza, desde la intro de batería, hasta el obligado final en Re mayor que supone el clímax de la canción mientras la voz canta “you’re the one I love” .
La inteligencia de quitar el bajo en la primera estrofa y la sutileza con la que va entrando o las dinámicas de la coda son testigos de musicalidad y sensibilidad a la hora de arreglar.
También es de agradecer la batería, que sin alejarse demasiado de los patrones habituales encuentra cierta originalidad y es lo suficientemente funcional como para mantenerse todo el tema. También me gusta que remate sus redobles en síncopa al estilo de Sly Dunbar.
En fin, Bloc Party se permite juegos que la mayoría de los grupos de su estilo parecen incapaces de concebir haciendo que sea un grupo bastante único: en un género tan cargado de testosterona, las extensiones de los acordes y los bajos cambiados procuran matices femeninos que dan un balance especial a la música sin llenarla de afectación; esto, sumado a que el grupo pasa de demasiados artificios de producción y se muestra tal como es, consigue distinción en su sencillez intrínseca gracias al tino y buen gusto de su arreglo.
Para mí eso es elegancia.

domingo, 14 de enero de 2007

PRESENTACIÓN: ¿y este blog de qué es?


Puede resultar pretencioso decir que la primera música que me gustó en la vida fue la de Beethoven, pero es así, no es mi culpa. Tampoco tengo idea de porqué de chamaco me gustaba tanto, pero la séptima sinfonía y, desde luego la quinta me encantaban.

Mi padre se encargaría de quitarme lo snob llevándome (casi a la fuerza) a ver Help! con lo que me volví “bitlemaniaco”, afición que mantengo orgullosamente. De hecho cuando conozco a un músico que dice que no le gustan los Beatles de inmediato desconfío de su capacidad musical, su cultura, su gusto y, sobre todo su humanidad. Es verdad que al paso de los años hay canciones que me producen nauseas, como hey jude, o let it be, pero el Abbey Road me sigue poniendo la piel de gallina y lloro con because.

A mi padre le debo la certeza de que la vida sin música no es vida. Él no sólo me llevó a intoxicarme con los Beatles, sino que me introdujo a la música de su generación: a los Rolling Stones, los Animals, Them, The Who y un montón de grupos ingleses de los 60, de entre los cuales sus verdaderos consentidos siempre fueron los Kinks: encajaban perfectamente con su espíritu inclaudicante.

Mientras fui niño, en los 70 y principios de los 80, fue descubriéndome el rock progresivo de Van der Graaf, el italiano de Premiata Forneria Marconi o Le Orme (no le gustaban ni Yes, ni Genesis, ni Pink Floyd, que era lo que les gustaba a los intelectuales de la época), el rock experimental de Area, Gong y esa gente, y mantenía una mente abierta con el principio del New Wave. Estaba feliz como un niño cuando se compró el Never mind the bullocks de Sex Pistols, sentía que había un nuevo despertar después del amargo letargo de los setenta. Terrible desengaño para él lo que sucedería la siguiente década y que lo orillaría a abandonar el rock justo cuando yo empezaba a decidir que podían gustarme cosas distintas de lo que le gustaba a él. Aún así fue él quien me acercó a Roxy Music, se compró el primer disco de U2 y de Siouxsie and the Banshees que hubo en mi casa e incluso el Rio de Duran Duran y el Tin Drum de Japan. Seguro que él se arrepintió, pero a mí esos dos discos me cambiaron la vida. Si alguien tiene la culpa de que yo sea músico sin importarme si tengo la capacidad instalada para serlo es él, por lo menos en gran parte.

Los años ochenta fueron el despertar a todo: música, chicas, crisis existenciales, drogas… adolescencia en plenitud; y desde luego con su respectivo soundtrack. Duran Duran fue un punto de enlace musical con Jimena que se mantiene hasta hoy, mientras que la fiesta de la testosterona y los amigotes era amenizada por The Police, Talking Heads, Simple Minds y demás. A Tears For Fears lme aficioné bastante más tarde. Desde luego los conocía pero por alguna razón era de esos grupos que le gustaban a gente que me caía mal, ahora creo que han hecho algunas de las mejores canciones de pop de la historia y creo que Roland Orzabal es un compositor alucinante.

Como todo, los ochenta se empezaron a marchitar, descubrí la soledad y las facetas extrañas de mi propia personalidad. Me fui de cabeza tras Dead Can Dance, Cocteau Twins y la 4AD, Bauhaus, Siouxsie y demás gente que de alguna manera reaccionaban contra la ingenuidad ultracomercializada y cínica del panorama radiofónico de la era Tatcher-Reagan. La música de Depeche Mode podía parecer light pero estaba llena de himnos generacionales. La respuesta a porqué escuchábamos sólo música en inglés es demasiado triste como para enfrentarla aquí en breves líneas, pero ya lo haré.

Entre todo esto, cuando llegaba a casa siempre había un disco de Monk, Mingus o Coltrane primero, y luego, conforme los neo-cons nos empezaron a someter, fue Ornette Coleman, Eric Dolphy, Sun Ra, Cecil Taylor, John Zorn… pero me estoy adelantando: eso fue cuando llegaron los noventa, los horrorosos noventa de los que sólo me rescatan Massive Attack, Björk y poco más. En fin, que los ochenta se acabaron con los Pixies y el primer disco de Sonic Youth.

En 1988 entré a la Escuela Nacional de Música con Raymond y ahí conocimos a Hans. Hans tocaba la guitarra en el grupo mas pesado de Thrash Metal que había en México, y como buen “metalero” era un pan de dios con un corazonzote, se ve que los decibeles y la distorsión relajan a las bestias. Nos hicimos tremendamente amigos y en honor a esa amistad tratamos de acercar posiciones musicales: Hans nos dio un curso intensivo de Metallica, Slayer y Sepultura, pero la verdad sea dicha estaba predicando en el desierto y la semilla metalera no germinó en nuestros corazones. Sin embargo encontramos otros puntos de encuentro como King Crimson o el reggae.

Uf, todo lo que hay que decir del reggae ¡y todo lo que pasó después!
El caso es que en medio del panorama rockero de principios de los noventa lleno de pseudohippies y grungeros había que huir, y el único sitio seguro parecía el caribe: muchísimos músicos de mi generación nos refugiamos ahí ante la oleada de gringos fanáticos de la heroína tristísimos porque se habían dado cuenta de que su país era una mierda y que la crisis económica los estaba volviendo tercermundistas funcionales, ¡cómo lloraban! Nosotros que somos tercermundistas deadeveras y que vivimos en permanente crisis económica más bien estábamos enojados por otras cosas, así que le dimos la espalda al rock (por un rato) y nos pusimos a escuchar música caribeña, africana, tropical, afro-cubana y lo que sonara a baile calientito. Naturalmente hicimos nuestra banda de reggae, cómo no. Pero no se trata aquí de hablar de Los Yerberos, para eso habrá otras ocasiones, además ya me cansé de escribir de ello.

Lo que me ocurrió a la hora de hacer una banda de reggae, fue que al poco tiempo dejé de escucharlo, me aburrí bastante pronto y cuando llegaba mi casa lo último que tenía ganas de oír era un skanking. Sin embargo el amor por las líneas de bajo elegantes y llenas de silencio, sexys y contundentes del reggae se me metieron bajo la piel. Hoy en día si hay algo que no puedo soportar es un grupo del género con bajos estáticos a tierra machacando fundamentales en el 1, es mas fuerte que yo, me dan ganas de cortarles las piernas, o las pelotas… en fin, mis vísceras son raras, qué le voy a hacer.

El caso es que un día que debía estar señalado en mi carta astral me compré el Gone to Earth de David Sylvian. Yo sólo había escuchado el Flux and Mutability, hecho en colaboración con Holger Czukay, que es instrumental y, aunque siempre me ha gustado, no me había impactado tanto; taking the veil fue una revelación, un martillazo en la cabeza, una demostración de que ha servido de algo la existencia del ser humano. Era exactamente lo que estaba buscando, y el resto del disco me abrió un camino excitante, a excepción de Silver Moon que entonces me pareció una balada facilona.

Entre mas aprendo y conozco de música, de teoría; entre más conciertos hago con más gente diferente, más alucino con la música de ese señor. Es espantoso, soy un fan, esa revelación fue a la vez una tragedia: la obra ya está hecha, en una admiración tan profunda hay algo de autonegación, de vacío, ¿ahora que voy a hacer yo?.
De hecho creo que lo peor que puede uno hacer es tratar de conocer más allá del trabajo de la gente que uno admira, decepción segura: los ídolos son siempre unos cretinos -¡hey, Adivina! ¡Son humanos!–, incluso sabiéndolo no he podido evitar chutarme todas las entrevistas que hay en youtube, ¡y lamentar su separación de Ingrid Chavez sinceramente! Pero necesito saber cómo lo hace ¿qué desayuna? ¿qué libros lee? ¿qué música escucha? ¿cómo se compone una canción como heartbeat o orpheus o ghosts o red guitar? No técnicamente, sino ¿cómo se transforma la vil materia orgánica que somos en eso? ¿cómo se convierten los choco krispis en discos como Dead bees on a Cake? Es maravilloso, pero a la vez es terriblemente frustrante… ¿será por eso que los fans matan a sus ídolos?

Durante mucho tiempo lo imité, o al menos lo intenté, hasta que escuché el disco de alguien que seguro es un fan mas enfermo que yo porque le calca enlaces, texturas y giros melódicos sin la menor autoestima. Fue un duro golpe porque me di cuenta de mi propia ridiculez y de la belleza de admirar algo con toda tu alma sin necesidad de poseerlo, de apropiarse de ello: la obra está allí, es del mundo, es parte del mundo; no tiene sentido querer ser un árbol sólo porque te gustan los árboles. Somos víctimas de la cultura del consumo, creemos que lo podemos tener todo.
La obra de David Sylvian me descubrió a Fennesz, a Akira Rabelais y a Trey Gunn, y me hizo apreciar más a Ryuchi Sakamoto y a Robert Fripp.

A lo largo de todos estos años, lo que me ha intrigado más y quizá sobre lo que he tenido discusiones mas acaloradas es aquello de “la música buena y la mala”. Al principio la buena era la que oía mi padre, luego la que me identificaba dentro de una generación o un clan ¿y hoy? Hoy he llegado a la conclusión de que para mí la música se divide en dos: la que me aburre y la que no me aburre, y ésta cambia cada día, aunque la que me aburre mortalmente rara vez cambia de categoría. Y así llego a la motivación fundamental de todo este rollo y este blog:

la música que NO me aburre ¿porqué no me aburre?

Hay un sinfín de respuestas que me propongo explorar en el futuro en este espacio y a compartir amistosamente con quien se anime a intentar descifrar conmigo los misterios de la conexión música-alma. Me planteo por un lado ser lo más impúdicamente sincero (como confesar que en la prepa hice alguna tarea escuchando Flans) y por otro no hablar de la música que sí me aburre, aunque quizá alguna vez me permita licencias con tal de divertirme… es mi blog, qué chingaos.