viernes, 4 de mayo de 2007

Unicidad: Nick Drake


No cabe duda de que la guitarra acústica ("clásica" o "española") es un instrumento portentoso: es portátil, ligera, capaz de construir acordes complejos, permite hacer contrapuntos melódicos, y tiene un timbre rico en armónicos. La potencia sonora que emite envuelve muy bien a la voz humana sin competir con ella. Es quizá el instrumento más versátil.
No es de extrañarse que haya sido usada para acompañar las desdichas de multitud de almas en pena, dando lugar a eso que horriblemente llaman "la bohemia" (un misterio clasemediero más)
Cuando yo era niño, en los setentas, el mundo estaba plagado de "trovadores": músicos que se sentían profundísimos poetas, que se concebían a sí mismos como guerrilleros que empuñaban sus guitarras como fusiles en la batalla por la libertad.
De cuba nos llegó Silvio Rodríguez, de Chile Víctor Jara. En México teníamos a Oscar Chávez y en España a Paco Ibáñez. Por mencionar a los que viví más de cerca.
A todos presento mis respetos. No me voy a meter con su calidad musical, ni con sus posturas ideológicas: cada quién hace lo que puede con lo que tiene.
Lo que sí voy a contar es mi experiencia personal.
Resulta que fui a dar a una escuela de "izquierdas", mis compañeros eran hijos de intelectuales reputados, mis profesores combativos militantes, y claro el "soundtrack" era básicamente Silvio Rodríguez con sus lamentaciones y su perdido unicornio azul (según recientes descubrimientos parece que se lo robó mi pequeño pony).
Qué pesadilla.
A los doce años los niños varones estamos en la indefinición total. Algunos ya son adolescentes, otros siguen siendo niños y la mayoría ni lo uno ni lo otro. Yo era de los que todavía eran niños: era el más bajito de la clase y, junto con Inti, mi hermano del alma, constantes blancos del abuso de los mayores de todas las generaciones que había por encima. El primer año de secundaria fue horroroso. Esto ha hecho que mi fobia por la trova, y en especial por Silvio Rodríguez, sea más profunda que un simple disgusto musical: es una fobia en toda regla, se me descompone el cuerpo, me mareo y me dan náuseas. No exagero.
Por eso, cuando escuché por primera vez música basada en sintetizadores me fui de cabeza.
Me ha costado mucho superar el trauma, y aunque la "trova" sigue haciéndome huir, la idea de la guitarra y la voz me escuece cada vez menos, y en gran parte gracias a Nick Drake.
Mi hermana Aisha, que es muy melómana, me lo recomendó cuando yo estaba en mi etapa más Sylvianesca, pero no tuve ocasión de escucharlo hasta hace un par de años: estaba en uno de esos momentos en que estás harto de oír siempre lo mismo, pero que a la vez nada nuevo te gusta; además pasaba por una severa crisis de creatividad. En la biblioteca de Sant Pau me topé con el Pink Moon y me lo llevé confiando en el gusto musical de Aisha.
No tenía ni idea de lo que me esperaba, y confieso que los primeros cuatro compases me produjeron un vuelco en el estómago, pero cuando me disponía a sudar frío, me di cuenta de que aquello no estaba tan mal, nada mal... de hecho me atrapó.
La música de Nick Drake no es convencional. Es extremadamente simple, casi mínima. Pero el sortilegio, seguro, está en su voz, y aquí voy a hacer otra disertación, con su permiso.
Creo que en esencia cantar es una impostura, es una lucha entre quienes somos y quienes querríamos ser. Cantar es como desnudarse, es exponer lo que la naturaleza nos ha dado, y a medida que vamos practicando vamos "vistiendo" nuestra voz. Lo he vivido en carne propia, y además es notorio en el 99,99% de los cantantes. Nos protegemos con técnica, tecnología o lo que haga falta. Impostamos, desde Montserrat Caballé hasta Johnny Rotten.
La naturalidad de la voz de Nick Drake me resultó sobrecogedora, y por lo tanto me parece que su música posee la virtud de reconocer su propia individualidad, es la música de alguien que sabe que está sólo en el mundo, y que sabe que es absolutamente inevitable. Cuando un músico alcanza ese nivel de unicidad en tanto que se asume como individuo irrepetible, rompe todos los géneros de un plumazo, automáticamente se sitúa por encima de toda frivolidad.
No me voy a meter con el mito en que se ha convertido porque me parece que es celebrar más su muerte que su vida.
Como muestra, aquí está Road del disco Pink Moon de 1974; y para agradecerle su música he puesto Solid Air, la canción que da nombre al disco que le dedicó su amigo John Martyn en 1973, y la versión de Pink Moon que hice yo en 2004. Quien conozca la original sabrá que es infinitamente mejor que la mía, cada quien hace lo que puede con lo que tiene.
Hacer una versión o "cover" es un ejercicio que procuro hacer una o dos veces al año: además de lo que se aprende, se establece una relación muy interesante con el compositor; sobre todo si la versión no pretende ser una calca sino una reinterpretación del original.
En este caso, mientras la hacía descubrí que parte del encanto es la afinación extraña de la guitarra: cuando metí un muestreo de la canción para procesarlo en el metasynth me encontré con una serie de armónicos que no me esperaba.
No voy a ser tan tonto como para poner aquí las dos versiones, primero porque quedaría como un pelele, y luego porque es una oportunidad de que quien no lo conozca escuche algo más.

ROAD
You can say the sun is shining if you really want to
I can see the moon and it seems so clear
You can take the road that takes you
to the stars now
I can take a road that’ll see me through

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por extrañas razones del destino, he descubierto relativamente hace poco a este loco, que ya su voz, tal como tu dices, es suficiente como para armar cualquier buena canción. Curiosamente, he descubierto por magia de mi mp3, que tengo un "cover" the "river man" que interpreto Brad Mehldau, y la verdad, no esta nada mal.
Saludos,

Anónimo dijo...

vine a decir hola y jugar con Verdura, qu etiene un nombre hermoso

Diego Benlliure dijo...

Don Jaime, de un melómano como usted no se podía esperar menos!
oye pues me encantaría oir qué hace brad mehldau con nick drake...

Verdura y Supina, supina verdura.
¿y lilú que pensará?