martes, 22 de mayo de 2007

Música para caballos



Es una cosa corriente en este negocio tener que explicar la música que haces; parece muy normal y lógico, pero hasta que lo intentas te das cuenta de lo absurdo que es, sobre todo cuando la filosofía de lo que haces implica pasarte por el forro las convenciones descriptivas y olvidarte de géneros, modas y tendencias.
Me suele generar situaciones grotescas y embarazosas en las que irremediablemente quedo bastante mal.
"... pueees es cooomo" pfffff, es espantoso.
Llevo mucha tinta y muchas horas de reflexión desperdiciadas tratando de definir de qué se trata exocet mas allá de ser un diario y todo eso que cuento para evitar decir demasiado. Esta vez lo intentaré de otra forma, a ver si ahora llego a algo.

En esencia hay dos caminos que se complementan:
El uno emana de la música que he escuchado toda mi vida: canciones en formato pop. Entiéndase por pop aquello que abarca desde standards de jazz hasta the clash. Es decir la forma canción, con sus estrofas, estribillos y contrastes.
La canción es común a casi todas las personas del planeta; es algo que nos enlaza, algo en lo que, pese al protagonismo de la voz, la lengua pasa a un segundo plano.
Es un vehículo universal. Podemos disfrutar de canciones en swahili, en bretón o en purépecha aunque no entendamos ni una palabra de lo que nos cuentan: la música es tan poderosa que nos basta para inventarnos nuestra propia historia.

El otro tiene que ver con lo personal, con la necesidad de encontrar y expresar una identidad musical propia, no exenta de influencias, pero a fin de cuentas algo que pueda llamar mío. Con el cómo hacer que las canciones reflejen mi vida, mi intimidad, mi paso efímero por éste planeta.

¿cómo se manifiesta esto en la música?
Aquí me detengo en un par de cosas:
Por un lado se trata de lograr que la armonía tenga colores y matices varios. No busco complicación o complejidad, pero sí que los acordes detonen la atmósfera sobre la cual va a nadar la canción.
Esta fase de trabajo usualmente la hago al piano, antes de meterme a programar nada. Posiblemente la pista de piano luego será descartada y las voces del acorde redistribuidas para dar sutileza al movimiento armónico.

La segunda cosa a la que presto especial atención es al sonido, que es como la piel de la canción; y aquí me gusta contrastar timbres conocidos para el oído como pianos, guitarras, etcétera, con atmósferas construidas especialmente para cada tema ya sea por síntesis, sampleos u otras técnicas.
Me gustan las fuentes poco habituales, me gusta cómo ineractúa un sonido sobre otro, como el ruido se convierte en música y viceversa. Me gusta esa frontera y me divierto excitándola.
Cada canción representa un momento único, y por lo tanto debe tener un sonido especial.
Este recorrido me lleva cada vez más lejos del gusto de la gente, pero me acerca a la ilusión de mi sonido; que es la razón fundamental del trabajo.
Quién sabe por qué, pura necedad.

El último aspecto por el que se me cuestiona a menudo es el idioma, ¿porqué siendo mexicano escribo en inglés?
Esta pregunta me ha quitado el sueño, me ha hecho sufrir bastante y ha tenido varias respuestas, insatisfactorias todas.
La mas honesta creo que es ésta:

Cuando empiezo a trabajar sobre la voz de una canción el 99% de las veces no he escrito ni una palabra de la letra, y lo que hago es probar melodías contra la música tratando de conectar con la parte más intuitiva e irracional de mi cerebro, porque soy consciente de que la voz es lo más expresivo que va a haber en la canción y me interesa que tenga una carga emocional.
En ésta búsqueda de la melodía las palabras vienen automáticamente en inglés; supongo que porque casi toda la música que me gusta está en aquella lengua para hablar a los caballos, y porque me es más fácil fluir así, sin tener que preocuparme por racionalizar.
Usualmente este proceso de palabras o frases que surgen de manera semi-consciente me termina por sugerir las ideas básicas de la letra, y las veces que me he detenido a traducir el fracaso ha sido estrepitoso: la sonoridad no me convence y las palabras quedan demasiado ajustadas. Supongo que eso es una señal de que soy bastante malo escribiendo, y debe ser verdad porque tampoco me preocupa. Siempre he visto la voz (si se me permite) como un instrumento más. Para las palabras prefiero los libros.

No me interesa demasiado lo que dicen los cantantes. La mayor parte de las veces me decepcionan cuando les presto atención.
Las letras de mis canciones han de resultar ininteligibles al escucha. Siempre hablan de intimidades, de cosas que me duelen, de inseguridad y miedo, pero con códigos que quizá sólo yo entiendo. Otra vez tampoco me importa. Lo único que procuro es decir la verdad, o no mentir, que no es lo mismo.

Tampoco quedó muy claro.

Al final va a ser mejor contar que cada semana recibo una llamada anónima con una voz sensualísima que me tararea las canciones al oído; o que me vienen en sueños lúcidos mientras vuelo sobre el lago Tangañica (ésto le encantaría a ciertos personajes que conozco que se las dan de místicos); o que son las canciones perdidas de Milli Vanilli...
Si todo es mentira ¿por qué no decir que es música para caballos?

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